Años atrás, la lucha de las mujeres que trabajaban en condiciones precarias del sector textil forjaban el Día Internacional de las Mujeres Trabajadoras, el cual se conmemora cada 8 de marzo. Lamentablemente, esta precariedad en la que labora la población femenina prevalece hasta la actualidad, sobre todo para aquellas que ejercen labores de cuidado, ya sean remuneradas o no.
A raíz de la emergencia sanitaria, el cuidado de las personas se ha colocado en el centro de la discusión social, tal vez hasta sin darnos cuenta. Estas tareas han sido asignadas obligatoriamente a las mujeres, consecuencia de la histórica división sexual del trabajo: siete de cada 10 puestos sanitarios y de cuidados del mundo durante la pandemia los han copado féminas, según la ONU.
Labores de cuidado. Foto: El Resaltador
“El cuidado es algo irremplazable, la humanidad necesita del cuidado para sobrevivir. A diferencia de lo que dicen las ciencias económicas, los seres humanos somos interdependientes socialmente”, declaró Susana Osorio, economista especialista en género.
Al ser las principales trabajadoras de estas tareas, las mujeres han sufrido una sobrecarga de labores durante esta crisis sanitaria. No obstante, el reconocimiento social y económico no han cambiado.
En el Día Internacional de la Mujer Trabajadora recordamos la lucha diaria de todas las féminas cuya labor es esencial para el desarrollo de las sociedades pero que, pese a ello, son infravaloradas.
La pandemia de la COVID-19 hizo aún más evidente el abandono del Estado hacia las poblaciones en situación de pobreza o pobreza extrema, quienes han resistido al impacto de la pandemia gracias a la organización comunitaria. Gran parte de esta resistencia se debió a las ollas comunes, organizadas en su mayoría por mujeres.
Si bien no se enmarcan dentro del hogar, sino más bien en el comunitario. En este último contexto también se reproducen esas estructuras basadas en roles de género: se continúa asociando lo femenino a lo doméstico y reproductivo, mientras que lo masculino a lo público y productivo.
La economista Susana Osorio indicó que es usual que, cada vez que se presenta un proceso de crisis económica, el género femenino sea el que sostiene sobre sus hombros acciones para resolver el bienestar mediante actividades reproductivas y de cuidado.
“Son las mujeres las que están resolviendo el problema del hambre y la inseguridad alimentaria a través de estas iniciativas. Estas son actividades no remuneradas y no se está visibilizando la apuesta del Gobierno para acompañar esta estrategia como una forma de respuesta a la COVID-19″, aseveró la especialista.
La Mesa de Seguridad Alimentaria de la Municipalidad de Lima Metropolitana registró 1.130 ollas comunes en 32 distritos. Esta lista también incluyó una cifra alarmante: solo en 277 de estas hay “presencia del municipio distrital”.
Olla común. Foto: GLR/Antonio Melgarejo
Sin duda, el personal sanitario ha sido el más golpeado durante la pandemia del nuevo coronavirus y, por ende, las mujeres. Al 2018, el Ministerio de Salud (Minsa) contabilizó más de 200.000 trabajadores de la salud a nivel nacional, de los cuales el 65,1% del total representan al género femenino, quienes principalmente ejercen como enfermeras.
“Lo hombres están más representados en algunas ciencias, como la ingeniería o labores vinculadas a tecnología, que además están ubicadas en la pirámide de mayor productividad, por lo que están asociados a mayores niveles remunerativos frente a las mujeres, que están más representadas en dimensiones como educación, salud, que están en la base piramidal de productividad, o sea, en la base de la estructura de la economía peruana, asociadas a un menor ingreso y remuneración”, sostuvo Osorio.
Ellas, junto a las y los médicos, han tenido un rol fundamental para proteger y salvar vidas desde la primera línea de la emergencia sanitaria. Sin embargo, su situación en Perú es crítica. La presidenta de la Federación de Enfermeras del Ministerio de Salud (Fedeminsap), Zoila Cotrina, informó que fallecieron 130 enfermeras y alrededor de 7.700 se infectaron con el nuevo coronavirus.
“Las propias enfermeras tienen que comprar sus mascarillas y sus mandilones cuando no hay suficiente porque primero es protegerse ellas para proteger a su paciente y a su familia”, detalló Cotrina a Canal N.
También se denunció que las jornadas laborales han incrementado. A ello se sumó que gran parte de este personal sanitario trabaja como tercero, es decir, sin vacaciones, seguro de salud ni otros derechos, como la CTS y gratificación.
Enfermera. Foto: GLR/Jorge Cerdán
Lavar, planchar, cocinar, cuidar a las y los niños, velar por los adultos mayores y demás tareas relacionadas al hogar son trabajos ejercidos principalmente por las mujeres, quienes no suelen recibir ningún tipo de retribución económica por estas labores. En tanto, aquellas que trabajan para las personas que cuentan con el privilegio económico de transferir esa carga no siempre reciben una remuneración justa.
En Perú, son alrededor de 496.000 personas que ejercen esta labor, según el Sindicato de Trabajadoras y Trabajadores del Hogar de la Región Lima (Sinttrahol), de las cuales el 95% son féminas.
Al 2018, el 92% de trabajadoras del hogar en el Perú labora en la informalidad y gana alrededor de 4 soles la hora sin gozar de seguro de salud ni pensiones, según Hugo Ñopo, investigador principal del Grupo de Análisis para el Desarrollo (Grade), en una entrevista anterior a este diario.
Recién en octubre de 2020, tras décadas de lucha, sindicatos de trabajadoras del hogar lograron que ahora sus contratos estén por escrito y que el salario no sea menor a la Remuneración Mínima Vital (S/ 930). Pese a ello, las segregaciones y tratos diferenciados hacia este sector laboral aún son visibles en la sociedad.
“Se habla ahora de los servicios esenciales y nunca se dice que el trabajo doméstico es el servicio más esencial y peor pagado que hay porque cada día reproduce la vida. Reproducir la vida tiene muchos elementos, no es solamente limpiar, cocinar, llevar a los niños al parque, es todo un trabajo emocional”, mencionó Silvia Federici, escritora y activista feminista, en un debate online organizado por el Museo Reina Sofía.
Trabajadora del hogar. Foto: GLR/Arturo Pérez
Las trabajadoras de limpieza en Perú, junto con sus pares varones, llevan años de lucha para que sus derechos laborales sean reconocidos. Aunque son las encargadas de mantener limpias las calles durante una pandemia donde el aseo es fundamental, su labor suele ser una de las más invisibilizadas.
Desde la llegada de la COVID-19 a Perú, ellas están en contacto con residuos de todo tipo. “Si hay material de deshecho de personas contaminadas (con coronavirus) en la basura, como sus pañuelos, tapabocas que han estado utilizando, papel higiénico con el que se han limpiado mientras estornudaban, estas entran en contacto con los responsables del manejo de los desechos. Hay un riesgo de contaminación indirecta”, señaló el exministro de Salud Víctor Zamora a inicios de la pandemia.
El sindicato de trabajadoras y trabajadores de Innova Ambiental, empresa que brinda el servicio de limpieza a la Municipalidad de Lima, estimó que al menos el 40% de ellos y ellas contrajo el coronavirus.
Isabel Cortez, dirigenta sindical de Sitobur, también indicó en julio de 2020 que al inicio de la pandemia se les aplicaba una prueba periódica de descarte de la COVID-19, pero, a medida que el estado de emergencia se extendió, esta se hizo prescindible. “Empezó con cada 20 días, luego un mes y medio, ahora no sabemos cuándo será la próxima prueba”, detalló.
Trabajadoras de limpieza. Foto: GLR/Antonio Melgarejo
En Perú, las mujeres destinan 39 horas y 30 minutos a la semana al trabajo doméstico no remunerado —que representa el 40% del PBI, según el INEI—, a comparación de los hombres, quienes dedican 15 horas y 50 minutos, de acuerdo a un informe de la Defensoría del Pueblo.
“El trabajo doméstico no remunerado (TDNR) —como parte central de la división sexual del trabajo y del sistema de género— actúa como un ancla que mantiene en niveles inferiores la posibilidad de generar ingresos monetarios, consumo y capacidad de tributar de las mujeres, así como su participación en el mercado de trabajo”, señaló la entidad.
Susana Osorio, economista especialista en género, detalló que otra de las razones por las que hay una infravaloración de estas dimensiones del bienestar social es porque “vivimos en una economía altamente monetizada”. “Eso que no se paga, eso que no se cuenta como dinero, tiene una consecuencia monetaria significativa para el funcionamiento de la economía”, expresó.
Esta injusta distribución de labores determina las relaciones desiguales de género que rigen las sociedades del mundo y la economía actuales. Asimismo, la falta de ingresos monetarios genera una limitación para acceder a derechos, como pensiones o seguros de salud, que trae como consecuencia un riesgo de vulnerabilidad futura.
Mientras que a los hombres se les ha planteado la expectativa de ser los proveedores y jefes del hogar, a las mujeres se nos ha planteado los mandatos de género vinculados al cuidado de la casa y el espacio doméstico. Foto: Medium
“El trabajo doméstico se ha naturalizado de tal modo que no se percibe como un trabajo en sí mismo. La mujer, entonces, ha ganado dos trabajos: uno asalariado fuera de casa y uno no asalariado e invisibilizado, el de los cuidados y la reproducción”, aseveró la escritora Silvia Federici.
Osorio hizo énfasis en que se debe apostar por la corresponsabilidad dentro de las familias, el Estado y el mercado. “Es necesario avanzar a un sistema integral de cuidados que no solo se basen en implementación de servicios, como guarderías, sino también en cómo se comienzan a transformar o repensar sectores estratégicos como el de educación, salud, inclusión social, que permitan redimensionar la carga que tienen los hogares, por lo general sostenidos por mujeres, hacia los demás actores de la sociedad”, detalló.
Sin embargo, resaltó que esta corresponsabilidad no será posible si dentro de los hogares no se construye otro tipo de relaciones de género entre los integrantes, de modo que se derribe las estructuras sobre las que se organiza el cuidado en este sistema económico.