Caplansky responde a La República sobre la pandemia, el escándalo de la vacunación anticipada y lo que cree puede sobrevenir en las elecciones de abril. “No tengo ninguna expectativa. No puedo creer que me vaya a arriesgar a entrar a un lugar a votar por el menos malo”, señala.
Cuando ve un escándalo como el de las vacunaciones anticipadas, ¿qué piensa? ¿Qué puede pasar por la cabeza de alguien que ocupa un alto cargo y decide vacunarse antes que nadie? ¿Solo miedo?
Bueno, el miedo es el sentimiento más poderoso del ser humano, es biológico, incontenible, y muy difícilmente manejable. Podemos decir otras cosas, pero yo creo que sustantivamente es el miedo. Y en paralelo, algo más cultural y menos biológico, es el creer que los demás no se van a dar cuenta. Eso no es real. Esto lo vemos desde (Alan) García, para no hablar de lo torpe y tosco para mentir que era Fujimori. García decía esas frases del tipo “el que no la debe, no la teme”. Y hemos descubierto que no son ciertas. La gente miente.
Y, eventualmente, se descubren esas mentiras.
Claro, porque, recurriendo al proverbio, la mentira tiene patas cortas.
Lo que ha ocurrido con las vacunas se ha visto en otros países de la región…
Claro.
Es muy del ser humano esto de querer sacar ventaja cuando puede.
Sin duda. Es un problema más de la materia de la cual está hecha la humanidad: miedo. Es decir: me tengo que salvar y el fin justifica los medios.
Y es peor cuando te mienten directamente.
El precio es alto y, en el caso del Perú, aún más alto. Estaba pensando un poco en que somos un país que, esencialmente, tiene bases andinas muy profundas, muy lejanas además, y que ha estado organizado por muchos siglos como una comunidad, donde la reciprocidad es un concepto sustantivo y fundante. La mentira es el mayor de los pecados. Yo creo que la burla, el abuso, el temor a morirse, todo eso hace una mezcla —diría yo— muy explosiva, a fuerza de exagerar un poco.
A eso me refería antes. Intuyo que lo peor para la gente ha sido que le mientan. Quiero decir, uno hasta podría entender el miedo, pero cuando sale alguien como la exministra Mazzetti a decir mirándote a la cara que el capitán es el último que abandona el barco, ya se vuelve algo más complicado de asimilar.
En tu cara pelada. Bueno, los humanos también estamos hechos de cinismo, ¿no?
Causa desazón, por ejemplo, que se percibía cierta esperanza en la gente con la llegada de las vacunas…
Sí, mucha.
Pero se diluyó por el escándalo.
Fue efímera, sí. La esperanza fue chiquita y el malestar largo, como este año de encierro. Hay otro elemento sustantivo, que ya pasa a ser más cultural, que es la necesidad de confiar. Esta situación ha convocado los sentimientos más intensos y dolorosos del ser humano, que son la burla, el escarnio, el desamparo. Sobre todo, viniendo de los poderosos, que son los que mandan. No solo de los ricos.
A eso iba con la siguiente pregunta: ¿saca alguna nueva lección de los políticos peruanos después de esto?
(Se ríe).
Se ríe usted.
Escúcheme, ¿qué tenemos que hacer? ¡Reírnos! ¡Qué políticos! ¿De qué estamos hablando? El liderazgo se mide en crisis. ¿Sabe qué? Ya a estas alturas de todo el evento, ya casi uno no puede hacer sino reírse de uno mismo y de toda la situación, porque es un escándalo. Hay un médico que no quiero nombrar, pero que todos sabemos quién es, que dijo que “así son las cosas”. De frente, y sin anestesia, además. Es decir, si puedo cuidar a mi madre, a mi marido, lo hago, mientras que tú no me interesas. Y yo no sé si esa franqueza vale, si es ética, si es moral. Creo que no. Pero lo dijo. No sé qué adjetivo ponerle, si es un cínico o un sincero. Y valiente y corajudo, porque dice la verdad. ¿Cuál es la verdad? Que los que tienen el poder lo usan a su manera y como quieren. ¿Y los demás? Que aplaudan.
¿Tiene alguna expectativa de las elecciones que vienen?
Ninguna. No puedo creer que me vaya a arriesgar a entrar a un lugar a votar por el menos malo.
La respuesta a la pregunta anterior —cada vez que la he hecho— es “no”. De hecho, nunca nadie me ha dicho que guarda alguna expectativa, aunque sea pequeña, de que las cosas pueden ir para mejor.
Yo no la tengo. Para nada.
¿Qué es esto, entonces? ¿Es como un sentimiento de rechazo generalizado? ¿Cómo si todos estuviéremos deprimidos?
Bueno, perdón: obviamente que estamos deprimidos. Como colectivo, seguro que sí. Y le diría más: muy deprimidos. Y es algo generalizado. Estamos desesperanzados, con algo muy grave para un colectivo humano: la incertidumbre total.
¿Cómo una sociedad puede ser funcional con esta depresión generalizada?
Es una sociedad muy disminuida, muy frágil, muy vulnerable. Cualquier cosa la puede tumbar.
Ahora, a pesar de esta depresión generalizada…
¿Está de acuerdo con lo que le he dicho?
¿Lo de la depresión generalizada? Parece verosímil. Bueno, usted es la experta.
Bueno, pero usted siente. ¿Está deprimido o feliz?
No da para estar feliz. Asumo que preocupado, como todos. Ha dicho que el miedo es el sentimiento más fuerte.
En el que se basa toda la posibilidad de motivación y acción del ser humano.
Sin embargo, en las movilizaciones de noviembre hubo manifestaciones públicas muy importantes, a pesar de la pandemia. Hay momentos en los que se rompe el miedo.
Con un sabor particular: eran muchos jóvenes que venían de estar encerrados. Creo que fueran dos factores importantes para que explotara un fenómeno de esta naturaleza. Había condiciones para eso.
Vamos a cumplir casi un año ya de encierro, a diferentes niveles. ¿Cómo la ha pasado usted?
Pero yo soy un ser privilegiado. Tengo pacientes, sigo trabajando, tengo espacios personales, lugares cómodos. Depende del lugar en donde uno está ubicado y de la suerte que tenemos algunos. Pero acá estamos hablando de una mayoría de gente que no tiene esas ventajas. Aunque mis condiciones no son las de ellas, me identifico con las personas que la pasan mal, sin dinero, en un cuarto, contagiándose, con la gente cercana muriéndose. No puedo ser indiferente frente a lo que le pasa a mi prójimo.
¿Qué país nos quedará después de todo esto?
No soy muy optimista. El otro día me convocaron en un medio de Bogotá y estuve en la mesa con el abogado Montoya, Iván me parece que se llama, y él estaba muy encantado diciendo que el Perú es fuerte y poderoso, que iba a salir adelante, pero yo le decía que discrepaba, que no podía tener ese optimismo, que creía que esto es una tragedia…
Es una tragedia.
Y la posguerra en cualquier parte del mundo es una posguerra, y para poder componer ese trauma es largo, doloroso, costoso y a veces imposible de reparar. Ojalá que la fuerza de los jóvenes sea tan intensa que se pueda salir adelante, lo deseo de todo corazón, sin embargo va a ser delicado.
Y ya que hemos hablado de miedo, ¿usted lo ha sentido en estos meses?
Creo que no he tenido tiempo. He tenido tanto trabajo que no he tenido tiempo. Mi trabajo consiste en apoyar y sostener a la gente, entonces, la verdad, no es que haya sentido miedo como tal. Sí me he cuidado muchísimo.
Pero sí debe haber tenido pérdidas, gente que se la ha ido.
Muchas, muchas. Todos los días. Acá, en América Latina y en Europa. Es dramático, es muy triste. La frase cambia, ¿no? Originalmente se dice que “la vida es así”. En cambio yo digo “la muerte es así”. La he cambiado.
Ya que me menciona a la muerte, ¿qué piensa del caso de Ana Estrada y de que el Poder Judicial haya reconocido su derecho a la muerte digna?
La conozco a la colega. Yo creo que la eutanasia es un derecho que deberíamos tener completamente legitimado, arreglado, con todas sus leyes y posibilidades, porque se ven cosas atroces, muertes atroces, agonías atroces. No sé para qué.
Hay ocasiones en que la muerte no asusta tanto, ¿cierto?
Ah, claro, lógico. Al contrario, es deseable. Además los deudos, después que pasa, se tranquilizan. Les da vergüenza, no lo reconocen. A mí como terapeuta me lo dicen, porque la agonía es peor.