Rodeado de flashes y al son de decenas de clics de las cámaras fotográficas, el último 24 de abril el presidente de Estados Unidos, Donald Trump, esbozaba en su rueda de prensa un “nuevo” método para exterminar el patógeno del coronavirus: inyectar desinfectante —entiéndase los de uso común como la lejía o el isopropanol— para que las personas “limpien sus pulmones”. Pese a que médicos y hasta la Agencia Estadounidense del Medicamento desmintieron las palabras del mandatario, algunas semanas después ya se reportaba un centenar de ciudadanos intoxicados por acatar la “recomendación”.
Pero hoy en día, sobre todo en el hemisferio sur del planeta, se erige la polémica del uso del dióxido de cloro para ponerle frente al coronavirus, impulsado por el alemán Andreas Kalcker, quien asegura ser investigador y biofísico. Diversas autoridades sanitarias peruanas han indicado que el uso de este producto es peligroso. Entre estas la ministra de Salud Pilar Mazzetti, quien ha afirmado que “no hay ningún ensayo clínico que esté en curso de aprobación siquiera”.
dióxido de cloro
Quien dista con ello es el médico peruano José Luis Pérez-Albela, pues asegura que las autoridades “están satanizando” el fármaco, pues no tiene “nada de tóxico”. Incluso, a través de sus redes sociales, ha dicho que el producto funciona de verdad, afirmaciones que, según la Dirección General de Medicamentos, Insumos y Drogas (Digemid), pueden terminar perjudicando la salud de los ciudadanos.
Al respecto, el reconocido sociólogo Héctor Béjar teoriza que Pérez-Albela “es un gran médico”, pero que le llama la atención que asegure esto. “Hace mucho tiempo que él no es escuchado en la misma proporción en lo que era antes, por eso quizás sostiene esto (que el dióxido de cloro no tiene nada de tóxico)”, baraja Béjar.
En síntesis, la tarea de la ciudadanía se debería basar en no consumir productos que no cuenten con sustento científico, pero en la práctica se han visto casos que distan de ello. Para Yorelis Acosta, coordinadora del área de sociopolítica de CENDES de la Universidad Central de Venezuela, el que las personas experimenten con distintos productos sin sustento médico se resume en el ‘pensamiento mágico’ del ser humano, basada en las relaciones causales sin ninguna comprobación empírica ni argumento lógico, pero que mengua el miedo y la ansiedad de las personas.
Yorelis Acosta
“La pandemia ha activado las emociones primarias como la tristeza y el miedo, y es así que, a falta de una cura para el coronavirus, estas optan por tomar un té o algún otro producto para aplacar la ansiedad y hasta confían en teorías de conspiración”, precisa la especialista.
Sobre el mismo tema, Béjar, catedrático de la Universidad Nacional Mayor de San Marcos y de la Pontificia Universidad Católica del Perú, precisa que “la pandemia ha agudizado una bomba psicológica que tiene varios desfogues, y uno es la resistencia de todo lo que venga desde arriba, desde los poderes oficiales como la OMS”. “El encierro ha provocado los problemas interpersonales que rechazan esto”, agrega.
Desde su orilla, Acosta asegura que la pandemia ha dejado vulnerable al ser humano, soslayando incluso su capacidad de calma y razonamiento y atizando “la capacidad cognitiva superior, dando a pie al miedo y a las conductas irracionales”. “Y si no hay calma, optaremos por actuar sin razonamiento lógico e ingerir estos productos que pueden más bien perjudicarnos”, detalla Acosta.
Finalmente, el autor del libro ‘Retorno a la Guerrilla’ sostiene que este fenómeno se les presenta incluso a “las personas aparentemente normales”. “Además, muchas cosas de las que hacemos en nuestra vida cotidiana las realizamos no tienen sustento científico o prueba alguna, es así que estas vivencias no tienen fronteras”, profundiza el sociólogo.
Héctor Béjar
Un fuerte factor es; sin embargo, el rol de las ‘fakes news’ que rondan en el ciberespacio. “Estas se han venido propagando con una base sentimental, la cual engancha a la gente. Y esta información tiene que ver con curas y remedios contra la pandemia, incluso si no son ciertas dan tranquilidad y son compartidas”, concluye la psicóloga.