Durante el almuerzo de Viernes Santo, Gualberto Huillcahuari (57) bromeó en familia que padecía de COVID-19. Un día antes había sentido los síntomas de un resfriado común, pero estar con sus seis hijos le generaba tanto bienestar que, por unas horas, se olvidó de cualquier mal. “Reímos e incluso tomamos unas gaseosas”, recuerda.
Sin embargo, por la tarde su cuerpo no resistió más. Una de sus hijas lo llevó a un hospital cercano a su vivienda, en Carabayllo, pero una prueba rápida le hizo creer que no se trataba de COVID-19. Unos días después, debido a que los síntomas continuaban, su hija lo acompañó a otro hospital donde corroboraron sus sospechas. “Fue traumático. Temí contagiar a mi familia y me sentía culpable por no haber prevenido”, dice Gualberto, cuyo trabajo es la venta de productos en los mercados.
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A partir de ahí, sus hijos, incluso los más pequeños, que no entendían bien por qué no podían acercarse a su padre, se convirtieron en la fuerza para que Gualberto supere el COVID-19. “Tenía que pensar en positivo. Me tenía que recuperar por mis hijos”. Y así ocurrió.
La resistencia de José Huacles (54) parecía acabar. Siempre fue un hombre alegre, dice José Luis, uno de sus tres hijos, pero durante las semanas que padeció de COVID-19, era otro.
“Me cayó como un balde de agua esta enfermedad. Pensé que me iba, tuve miedo de contagiarlos”, cuenta José, a quien el virus no solo lo dañó físicamente, sino, sobre todo, mentalmente.
Sus hijos nunca lo abandonaron. “Me compraron rompecabezas, me llamaban a cada momento para saber cómo estaba, me engrieron bastante esos días, supe que tenía que ser positivo”, dice el padre que hoy aún está en contacto con una psiquiatra para seguir ayudándose a salir adelante y disfrutar de su familia.
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