Por: José Villanueva Barrón. Docente de la Universidad San Ignacio de Loyola.
El 4 de febrero de 2019, el Papa Francisco realizó un viaje a Abu Dhabi, donde se llevó a cabo un importante encuentro entre el Gran Imán, Ahmed al Tayyed, principal líder religioso islámico y el líder de la Iglesia Católica. Ambos líderes religiosos firmaron un acuerdo de ‘Fraternidad Humana’, con la finalidad de promover los lazos de fraternidad entre ambas religiones. Este documento también originó la creación de un Alto Comité para la Fraternidad Humana, conformado por representaciones cristianas e islámicas con el fin de evaluar distintos aspectos para mantener el diálogo fraterno entre ambas religiones.
Ante la difícil situación que atraviesa el mundo por la pandemia del coronavirus, este comité realizó una convocatoria para una Jornada de Ayuno, Oración y Penitencia Mundial. Esta convocatoria tuvo lugar el 14 de mayo de 2020 y la propuesta fue bien recibida por los diferentes líderes religiosos mundiales, quienes transmitieron esta invitación entre sus fieles, proponiéndoles que ese día se haga ayuno, alguna obra de caridad y sobre todo se ore a Dios, para que este ilumine a los hombres de la ciencia en descubrir una pronta cura que acabe con esta pandemia del coronavirus.
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El Papa Francisco no ha sido ajeno a la propuesta y, a través de un video, en marzo último hizo un llamado a toda la feligresía católica-cristiana, para que se unan a este evento junto a las demás religiones. No obstante, existen ciertos sectores tradicionales, que desde el interior de la Iglesia critican la propuesta del Papa y discrepan mucho de sus planteamientos. Una iniciativa que en estos tiempos debería ser bien acogida y no rechazada, ya que todos seres humanos, producto de la creación y obra de Dios.
Cabe recordar que el Concilio Vaticano II, promovido durante el pontificado de Juan XXIII, la Iglesia Católica se aperturó a diversos temas como la libertad religiosa, el reconocimiento de las otras religiones no cristianas y la promoción de los valores socio-culturales que la Iglesia comparte con otras religiones; también la participación y el apostolado de los laicos, el casamiento entre personas de diferentes credos, la reforma de la litúrgica, la nueva vida consagrada, entre otros temas. Lamentablemente, aún siguen existiendo discrepancias y cuestiones ante las conclusiones del Vaticano II, como la relación con el ecumenismo, la libertad religiosa y el acercamiento de la Iglesia con el resto de religiones.
Da la impresión de que muchos de estos sectores conservadores, en vez generar puentes de diálogo dentro de la Iglesia para entender mejor el Vaticano II, construyen más muros de división en la Iglesia, rechazando este tipo de propuestas que el Papa Francisco trata de inculcar en el mundo católico. Un caso particular fue el arzobispo francés Marcel Lefrevre, quien se reveló acatar las nuevas disposiciones del Vaticano II y de la Santa Sede, tras ordenar a cuatro obispos de su movimiento sin la venia de Roma, provocando que el Papa San Juan Pablo II lo excomulgara en 1986 más por un acto de desobediencia que por cuestión dogmática y que mantiene hasta la actualidad separados los lefebvrianos de la Iglesia.
A lo largo de su historia, la Iglesia Católica ha sufrido lamentables episodios de cismas, olvidando la obediencia que la misma tradición católica ha proyectado en la historia de sus papas. En estos tiempos en que el mundo está absorbido por el relativismo y la falta del humanismo entre las personas, el ser humano es imagen y semejanza de ese Dios, cuyo mandamiento es amar al prójimo como a sí mismo.
En ese sentido, la división debe ser la última acción a tomarse. Por el contrario, se debe fomentar más el diálogo dentro de la Iglesia y dar a conocer la gran diversidad espiritual que la caracteriza, bajo la doctrina espiritual del papado de Francisco "Miserando atque eligendo", la cual exhorta a todos a ser misericordiosos con los demás y de esta manera dar ejemplo desde su propio testimonio de vida.
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