Se llama Rimel Napatza Flores. Es un joven de 23 años del pueblo indígena Wampis. Es un sobreviviente y se aferra a la vida con uñas y dientes. Su accidente, en agosto del año pasado, en Villa Saramiriza, Loreto, fue de espanto. Cayó de una altura de 30 metros sobre un madero que lo atravesó y por el que perdió un riñón y le comprometió varios órganos. Es afortunado, ahora vive para contarlo.
Lo derivaron de urgencia a Lima, al hospital Dos de Mayo, donde pasó por el quirófano más de 15 veces. Los galenos tuvieron que acomodarle intestinos, reparar parte del colon, entre otros. Lo suturaron reiteradamente y varias veces la herida se le abrió.
Ya está mejor. Desde el lunes pasado está de alta, pero el problema ahora es su traslado hasta su región porque lo quieren transportar por tierra.
Gisela Ravina, comunicadora social e interesada en asuntos de derechos humanos de las comunidades nativas, señala que si bien ya le cerraron la herida, Rimel Napatza no está en condiciones de viajar por tierra, por lo que dada su aún delicada salud, el joven wampis debe viajar necesariamente en avión.
Lo ocurrido con Rimel Napatza destapa una cruda realidad, la centralización de los servicios de salud. Y aunque le dieron el SIS, este seguro no cubre con todos los medicamentos, los mismos que deben ser adquiridos por los nativos, como sea y como puedan. Su pobreza se agudiza mucho más para cubrir esos gastos.
Otro problema es el empleo. Napatza era operador de motosierra. Al regresar a su región será difícil que retorne a esa labor. Deberá reinventarse, en un lugar donde hay cada vez menos oportunidades para los jóvenes, y mucho menos para los wampis y de otros pueblos originarios.