Rafael Fernández Hart SJ La visita del Papa puede aportarnos una nueva perspectiva, pero lo que suele ofrecer sobre todo son tareas para quienes se reconocen en su discurso. Las tareas tendrán que ver con temas sociales y espirituales pendientes. En el caso del Perú, lo primero es que la Iglesia tiene que construir, de manera más comprometida, la unidad entre sus pastores y entre éstos y los suyos. Lo segundo es que los creyentes hemos perdido dinamismo; nos podemos haber acostumbrado a la fe de la mediocritas que se conforma con mínimos o con repetir solo fórmulas devotas que dejan de lado la fuerza de los creyentes en la transformación de la historia; y lo tercero es que el país, aunque en un nivel macroeconómico de bonanza, arrastra problemas de toda índole. Puerto Maldonado está aquejado por minería ilegal, tala indiscriminada y trata de personas, en especial, de menores de edad; Trujillo representa uno de los lugares, penosamente célebres, por la violencia criminal con muchas víctimas en su haber; y Lima, la capital que alberga buena parte del movimiento político del país, es el crisol de muchas injusticias: refugiados y migrantes en creciente cantidad, minorías cuyos derechos son ignorados o no respetados, política polarizada, etc. ¿Corresponde al Papa decirnos lo que tenemos que hacer? Obviamente que no. Y quiero pensar que a ningún creyente se le ocurre esperar eso. Lo que sí puede esperar legítimamente el creyente es que el Papa nos ponga en disposición de atender problemas que arrastramos por falta de cuidado, por distracción, por falta de amor y, sobre todo, por desesperanza. El Papa se dirigirá en especial a quienes creen en el Evangelio y en esta palabra encarnada que inspira el deseo de hacer que las cosas sean mejores para todos. Mientras pensemos en el pequeño mundo de nuestra propia conveniencia, cosa muy frecuente en la política actual, no habremos de salir de los callejones sin salida en los que estamos. Si la Iglesia forma parte de la sociedad civil tiene no solo el derecho, sino incluso el deber de aportar en la construcción de un país roto por su historia más reciente.