Fernando Tuesta sostiene que la salida a la crisis política deberían ser elecciones generales adelantadas, aunque con un paso previo fundamental: una reforma política que ayude a no caer de nuevo en lo mismo. Sobre los beneficios y también los límites de esta propuesta, responde en la siguiente entrevista.
Ha propuesto nuevas elecciones generales, previa reforma. Suena sensato, ¿pero es realista?
Hay varios escenarios y considero que sería el mejor camino. En la crisis con la caída de Fujimori, nadie había pensado que esa era una salida. El gobierno y la oposición ya habían llegado a ciertos acuerdos. Por ejemplo, el Congreso solo tuvo vigencia de un año. También hubo incentivos: los indemnizaron a los congresistas. Tú podrías decir, en una negociación, que los actuales parlamentarios podrían postular de nuevo, por ejemplo. Cuando digo que se necesita una reforma es que nada nos puede llevar a pensar que por el simple hecho de elecciones generales adelantadas la representación que salga de ahí sería diferente a la de hoy.
Está claro que sería lo mismo.
Es que, al inicio del debate, no se contemplaba que eso ocurriría. Y si va a ser lo mismo, se va a acumular más frustración. Tampoco digo que una reforma va a resolver todo, sin embargo, abre un camino. Imaginemos que se convoquen elecciones. Los partidos que podrían postular serían los que tenemos al frente. De manera excepcional, se tendría que abrir la oferta electoral, dar algunas facilidades para que otros partidos puedan inscribirse.
¿Y eso no sería ampliar a niveles escandalosos la oferta electoral? En la elección del año pasado hubo 18 candidatos presidenciales.
Ahí viene el tema. Se puede aplicar un conjunto de vallas. Para eso entraban las primarias, es decir, las organizaciones que no podían garantizar la participación de un mínimo de votantes quedaban fuera. El segundo umbral es el del porcentaje de votos y escaños obtenidos el día de la elección. A todos los partidos hay que ponerles reglas: todos participan en las primarias, pero si no pasas esa primera valla, ya no sigues. Los liliputienses desaparecen. Eso es punto número uno.
¿Y el segundo?
Lo otro es eliminar el voto preferencial, aunque algunos entienden que ya se eliminó y otros no. La idea nuestra (en la Comisión de Reforma) era sacar el voto preferencial y que se use en las primarias. Hay aspectos que tienen que ver con la competencia electoral misma y otros que vienen después. Ahí entra el tema de la bicameralidad y de las relaciones Ejecutivo-Legislativo. Hay que poner al servicio del diseño institucional los aprendizajes de estos últimos años, poner en la práctica lo mejor de lo aprendido. Lo peor del aprendizaje ya lo usan: la vacancia malinterpretada, la disolución del Congreso, la confianza. Todo eso hay que ordenarlo. Por eso tiene que haber una reforma política.
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Si en estos últimos años, como usted señala, solo se ha aplicado lo malo, ¿qué le hace pensar que por un acto de compromiso con el país los actores políticos acometerán la tarea de cambiar esas reglas que les son funcionales?
Entiendo tu posición, que yo también pienso. Quienes tendrían que hacer eso son los que están allí y que quieren quedarse. Todo político tiene derecho a quedarse en su puesto por el tiempo elegido. Pero la crisis es generalizada en los dos poderes del Estado, no es algo que uno vea con frecuencia. Lo arrastramos desde hace cinco años. ¿Qué vemos ahora? Vemos un bloqueo mutuo entre Ejecutivo y Legislativo, en el que tampoco se presionan demasiado para no tener que irse todos.
Claro, es un bloqueo calculado.
No digo que es una coalición, pero evidentemente entre ambos tienen intereses comunes. Se han ido dando cuenta de que es necesario graduar el bloqueo. Se muestran los dientes, pero no se muerden. Sin embargo, el que “se vayan todos” no es algo que se origine en la mente de cuatro o cinco personas, la opinión pública rechaza a ambos poderes de manera significativa. ¿Podría ocurrir que este gobierno se mantenga? Sí, no lo sabemos. No obstante, los costos de mantenerse son muy altos, que se irán notando por sectores como salud, educación, energía y minas, que se van erosionando por el nombramiento de gente incapaz, de aventureros, con prontuarios más que CV. Los efectos inmediatos se ven, es más difícil calcular los mediatos. Estamos en nueve meses con cuatro gabinetes. Así no se puede hacer política pública.
No se puede hacer nada serio, de acuerdo.
Nadie nos puede asegurar que este círculo vicioso terminará porque el nombramiento de estas personas incapaces es permanente. Es una especie de inclinación al error. Es una forma de entender la política, del tipo que han ejercido cada uno de ellos: el amiguismo, el compadrazgo.
Coincido en el análisis. La duda, de nuevo, es cómo hacer para que estos actores acusen recibo y quieran ayudar a encontrar una salida democrática.
Nadie tiene la llave mágica. Sin embargo, en el debate, ¿estamos igual que hace cinco u ocho meses? No, han ido calando ciertas ideas. Por ejemplo, que el mandato presidencial tiene que cortarse. Eso ha ido ganando cada vez mayor amplitud.
Que ya no solo defienden sectores que querían sacar a Castillo desde el día uno.
Claro, están esos y se han sumado otros que dicen que esto ya no da más. Una segunda idea que se ha ido instalando, y adquiriendo amplitud, es que el Parlamento es parte del problema. En vez de ser la representación institucionalizada del control del gobierno para proteger a los ciudadanos, resulta que está comprometido con muchas cosas, con intereses informales, cortoplacistas, mercantilistas. Y la tercera idea ya instalada es que las elecciones pueden resultar más de lo mismo. Entonces, en algo hemos avanzado. ¿Puede haber factores detonantes? Las movilizaciones, por ejemplo. Y hay políticos fuera del Parlamento, con mucha experiencia, que debieran ser los que se comprometan a proyectos diferentes y renovadores. Por ahí nacerán liderazgos, no lo sabemos. Pero lo otro es dejar que ambos poderes sigan conviviendo de la misma manera. Hay propuestas, como la de Francisco Sagasti. Alberto Vergara habló de una mesa, un poco más chica. Está el debate.
Los que no se enteran de que existe el debate son los que ocupan el poder ahora.
Sí, pero siempre es así, siempre serán los últimos, porque es una manera natural…
¿De protegerse?
De protegerse, de sobrevivir. Es un gobierno de sobrevivencia y también un parlamento de sobrevivencia. Y los sobrevivientes se ayudan. La vida de uno depende del otro. Por eso digo, se muestran los dientes, pero hasta ahí nomás. ¿Ha habido momentos en los que los políticos deciden cosas que parecían cosas distintas a sus intereses?
En el 2000.
Exacto. Hay circunstancias en las que los ciudadanos, medios de comunicación, organizaciones sociales se alinean para una élite política que tampoco es fuerte. No estamos hablando de partidos grandes, consistentes. No estamos hablando de líderes difíciles de doblegar. No. Las medianías están generalizadas.
Con “medianías” es usted generoso.
Sí, pues.
Pero es cierto, no son enemigos formidables, ¿no?
No. Claro, entonces la gente se pregunta por qué no se van de una vez. Porque tampoco es tan fácil. Tú no sacas así nomás a un presidente, no haces que un Parlamento decida, así nada más, buscar una salida legal. Desde el legislador honesto hasta el deshonesto tienen un norte, hasta el 2026. Y han sido electos democráticamente y por eso tienen todo el derecho de pensar así. El tema es que esto ya trasciende esos legítimos derechos individuales. Este gobierno ha envejecido de manera acelerada y recién se han cumplido nueves meses. No parece un parto, más parece un final.
¿Es una opción que una organización internacional monitoree una posible salida? Como la OEA en el 2000. ¿O los niveles de crisis son diferentes?
El nivel de crisis es diferente. En el 2000 llegó la OEA para un gobierno q con enorme nivel de corrosión. Lo de ahora se puede hacer también con otros caminos. Se ha hablado del Acuerdo Nacional. Es el momento en el que líderes políticos e instituciones deben manifestarse y plantear qué es lo mejor para el país en circunstancias excepcionales. ¿Qué salidas institucionales y constitucionales se pueden llevar adelante? Acá hay responsabilidades que no son solo de ahora. Todo esto lo arrastramos desde el 2016.
¿Qué le parece la intervención del cardenal Barreto?
No es la primera vez que se apela a la Iglesia, recuerde los encuentros entre Keiko Fujimori y Pedro Pablo Kuczynski, con Cipriani mediando. En conflictos sociales la Iglesia ha mediado antes, no siempre con éxito. Vamos a ver qué tal predicamento tiene Barreto. Por lo menos suma y eso es importante. Hay algunos que no.
Estuvo en México liderando la misión electoral para la revocatoria del mandato presidencial. Es una figura que solo se aplica en algunos países, ¿cierto?
La OEA cumple 60 años de misiones electorales y normalmente se les encarga a políticos destacados para jefaturarlas. Muy pocas veces a académicos y por eso me siento complacido. Ya había visto el llamado referéndum revocatorio de Hugo Chávez. No estuve en el de Evo Morales. Esos son los antecedentes, al que ahora se le suma México. La figura de revocatoria a nivel presidencial existe solo en esos países, además de Ecuador.
¿Y cree que es una buena salida?
En el caso de Venezuela los grupos opositores recogieron firmas y se demoraron meses de meses, pero ganó Chávez. En este caso de México, lo curioso es que los promotores son los que apoyan al presidente.
Se hizo para reafirmar su permanencia.
Claro, pero la naturaleza cambia. La revocatoria es un mecanismo de democracia directa para cortar el mandato de manera anticipada. En México se pide solo el 3% de firmas del padrón, y en Perú es el 25% para un alcalde. Eso hemos sugerido que se cambie porque puede ser peligroso para el futuro, con solo 3% de firmas puedes activar revocatorias todo el tiempo. Por eso en el Perú se reformó la ley y el número cayó fuertemente. Es un ejercicio complicado.
¿No lo usaría a nivel presidencial en el Perú?
No, no, ni siquiera a nivel parlamentario.