La supervivencia del más apto para enfrentar la pandemia es el discurso que, sin un mínimo de vergüenza, ha resurgido con el fin de salvar el sistema capitalista. No importa que la consecuencia de una política así orientada y, en el actual contexto, produzca la muerte de nuestros padres o nuestros abuelos y también la de muchas otras personas con ciertos problemas de salud, incluso de gente joven. En este discurso, el capitalismo salvaje muestra todas sus fauces, aunque trate de esconderlas detrás de eufemismos como la defensa del “estilo de vida americano” como si se tratara de un fin valioso en sí mismo.
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Pero no deberíamos pasar por alto el significado de este discurso, su orientación ideológica y los intereses que busca proteger. Porque la supervivencia del más apto entre los seres humanos en una comunidad no solo es el resultado de las condiciones naturales, como si se tratara del espacio salvaje en el que se desenvuelven los animales en una selva, sujetos a la fuerza de los instintos y la naturaleza para sobrevivir. Los seres humanos estamos sujetos a las condiciones impuestas por la cultura. Ahí están el orden social y político y las normas creadas para configurarlo. También el uso de la tecnología y su impacto en la vida social. Nada de esto tiene que ver con lo natural necesariamente.
El más apto, entre los seres humanos, no sobrevive únicamente porque es el más fuerte, lo hace porque las condiciones culturales lo permiten, lo auspician o lo impiden. Así, adquieren sentido la igualdad y las medidas orientadas a generarla en la práctica, con políticas reales, no con dádivas ni ayudas que solo sirven para maquillar las cifras.
Por lo tanto, el discurso del más apto lleva consigo una falacia, una mentira que se busca imponer desde la metrópoli del poder económico, pero que seguramente cuenta con adeptos en todo el mundo. Incluso en los países en vías de desarrollo, como el nuestro, no faltaran los entusiastas apologistas, interesados y desubicados libertarios, falsos liberales, aquellos que proclamaban “salvo el mercado todo es ilusión”: los que hicieron lo indecible para que el Estado se redujera al punto de la extinción, quienes se aprovecharon de las condiciones normativas del autoritarismo de los noventa para “hacer empresa” y negocio con la educación, la seguridad y la salud.
No nos extrañe, por lo tanto, la precariedad de estos bienes públicos y el aprovechamiento del que han sido objeto en beneficio de grupos económicos que hoy reclaman que se salve el sistema económico y sus empresas con la ayuda del Estado.