El otro día participé en un programa de televisión con Gianfranco Brero, Natalia Parodi y Javier Echevarría, y me saltó a la cara la siguiente interrogante: ¿A qué se debe la actual fiebre de superhéroes? Y claro. Al principio pensé que, el cine y la televisión, con buenos guionistas y efectos especiales espectaculares que hacen parecer reales los poderes de algunos “metahumanos”, han contribuido muchísimo a que ello ocurra. Y si no lo dije yo, pues lo hizo alguno de los otros copartícipes de la vaina, más apasionados e informados en dicho tópico que el arriba firmante. En mi caso, la cosa empezó cuando era niño. En los quioscos. Donde colgaban los “chistes” (así se les decía antes a las historietas o cómics), que llevaban el sello de la mexicana Editorial Novaro, y estos te contaban las increíbles historias de Superman, Batman, El Hombre Araña, y así. Y bueno. Eso de consumir historias fantásticas me dura hasta el día de hoy, lo confieso. Y eso ha conllevado a que mis hijos, por ósmosis, estén familiarizados con este mundo de ficción. La más pequeña, por ejemplo, es hincha de La Liga de la Justicia. Figúrense. Y si me preguntan por mis superhéroes favoritos, pues responderé que son Spiderman, Batman, Wolverine, el Hombre Par, y en los últimos años, Hellboy, un demonio de cornamentas afeitadas, aficionado a los puros cubanos, cuya vida está dedicada a sacar a la luz siniestros fenómenos paranormales que se resisten a ser puestos a la intemperie. Y los combate, jugándose el todo por el todo, tratando de hacer el bien, aunque de formas poco convencionales. Así que, ya que estamos en esto, les cuento que ahora mismo acabo de terminar una nueva serie de Netflix sobre otro temerario justiciero poco publicitado, salido de las canteras de Marvel. Su nombre es Daredevil, una creación del dios de los superhombres, Stan Lee, y del dibujante Bill Everett. Su primera aparición ocurrió en 1964. Su historia es un tanto tormentosa. Como la de Batman, digamos. Porque a ver. Matt Murdock, su alter ego, fue abandonado por su madre y criado por su padre, el boxeador Jack “Batallador” Murdock, en Hell’s Kitchen, un barrio de Manhattan, Nueva York. Y como le sucede a varios de los personajes creados por Stan Lee, un accidente cambió su vida. Cuando era un púber, por tratar de evitar que un camión atropelle a un invidente, cae de unos bidones sobre el rostro del pequeño Murdock un líquido radiactivo que le afecta irreversiblemente la visión. Sorprendentemente, la radiación de ese derrame sobre los ojos lo deja ciego, pero incrementa sus otros sentidos, y desarrolla uno adicional, el cual le sirve como una especie de radar, parecido al de los murciélagos. Su superoído, por ejemplo, le permite identificar rápidamente si su interlocutor está mintiendo o no, al poder escuchar nítidamente su ritmo cardíaco. Al poco, conoce a Stick, un rudo maestro invidente de artes marciales, quien lo entrena. Su padre es asesinado por unos mafiosos de poca monta, pero antes de ello le hace prometer a su hijo que estudie una profesión y que jamás lleve una vida como la suya. Así las cosas, Matt Murdock se vuelve un brillante abogado, de día… pero de noche, es Daredevil. Gracias al genial guionista y dibujante, Frank Miller, este abogado que se disfraza de diablo, y tenía un rol de segundón en el Universo Marvel, se convierte en uno de los más fascinantes. La influencia de Miller agudizó el lado más oscuro, violento y trágico de Murdock. Y como en la vida, a Daredevil se le conoce por sus enemigos. Wilson Fisk, alias Kingpin, un gánster temible; Bullseye, el némesis del héroe; y Elektra. Además, las contradicciones del personaje nunca dejan de sorprender. Porque Daredevil es abogado y vigilante a la vez. Es un católico por los cuatro costados que viste como demonio. Le prometió a su padre jamás pelear, pero a ello le dedica todas sus noches. Su vida, además de esquizofrénica, es compleja y está preñada de desventuras de todo tipo que lo conducen a la soledad, a la depresión, a fracasos y a dramas personales. Y su condición de creyente le llena de culpas debido a los dilemas morales que debe enfrentar, pues muchas veces tiene que cruzar líneas proscritas por su fe. Pero en fin. Les decía que acabo de ver la serie propalada por Netflix. Y es bastante fiel al cómic. Tanto, que provoca pedirle a Daredevil que deje Hell’s Kitchen y se venga a vivir un tiempo a Lima, cada vez más lastrada por la inseguridad, la corrupción y el crimen organizado. Digo.