Gente a la que, francamente, le fue muy mal en el 2018. ,Keiko Fujimori. Empezó el año como la política más poderosa del Perú, más que el presidente de la república, y lo terminó en la cárcel como expresión de cómo pudo dilapidar un gran capital político por ponerlo al servicio de la venganza y la pataleta tras perder dos elecciones consecutivas, y por rodearse de una partida de mediocres que la adulaban para consolarla, incluso en el desatino, solo para mantenerse y trepar en el poder portándose como unos salvajes prepotentes en el hemiciclo, o para abusar de él y lograr beneficios para sus ‘clientes’ como casinos o cooperativas. Si Keiko Fujimori hubiera planteado una oposición constructiva hacia los gobiernos de Pedro Pablo Kuczynski y Martín Vizcarra, tendría un buen camino recorrido para ser presidenta en el bicentenario. Pero hoy solo podría presidir un pabellón del penal que la alberga. Alan García. “Demuéstrenlo, pues, imbéciles”, dijo, con arrogancia y agresividad, poco antes de tratar de escaparse de la justicia mediante un asilo diplomático imposible de obtener porque es obvio que en el Perú no hay persecución política. El intento frustrado de fuga fue, por lo ridículo y cobarde, la lápida a la carrera política de un dos veces presidente de la república que, con mucho egoísmo y absoluta falta de generosidad, trata de sepultar con él al Partido Aprista, con la complicidad de la dirigencia del Apra. Pero si el año 2018 fue horrible para García, el 2019 puede ser peor y más solitario. Pedro Pablo Kuczynski. Quien quizá fue la persona que llegó mejor preparada para desempeñar la presidencia en el Perú, terminó renunciando bajo presión del fujiaprismo, sencillamente por la irresponsabilidad que raya en la frivolidad de no tomarse el trabajo de entender la situación política que enfrentaba. Si hubiera hecho la mitad de lo que ha hecho Martín Vizcarra como presidente, PPK seguiría en Palacio y el hoy jefe de Estado en Ottawa. Alejandro Toledo. Quizá nunca sea, lamentablemente, extraditado, pero su nombre quedará en la historia peruana como una de las mayores desilusiones pues, luego de camuflarse de luchador anticorrupción, se reveló como un pobre y triste ladrón. Ollanta Humala. Dejó la prisión preventiva, pero es difícil que tenga una perspectiva política exitosa. Alberto Fujimori. Dejó la Diroes pero un mandato judicial ordenó que lo devuelvan a la cárcel, lo cual elude con una hospitalización que todos fingen no darse cuenta. No fue, en todo caso, la salida por la puerta grande que el fujimorismo pretendía.