"Al señor Tubino le recomiendo leer el libro de Agüero, Persona, reciente Premio Nacional de Literatura, como antídoto para sus brotes de violencia".,En estos días de paz y amor no podía faltar la voz de quien fue elegido por méritos propios vocero de Fuerza Popular, el energúmeno Carlos Tubino, quien admitió que FP había pecado de confrontacional. Hablamos del hombre que llamó “salvajes” al pueblo shipibo, “mugrientos rojos” a los congresistas de izquierda y que trata de imbéciles a todos los que tienen al menos dos dedos de frente. Su última cretinada ha sido terruquear vía Twitter a Abel Gilvonio, político joven con vocación democrática, excandidato al Congreso por el FA, que varias veces ha deslindado con el pasado de miembros de su propia familia que militaron en el MRTA cuando él era un niño. Pero Tubino no desaprovechó la oportunidad al ver que Gilvonio mostraba su apoyo al fiscal Domingo Pérez y pretendió devolver al mundo el fake al que lleva tiempo queriendo dar apariencia de posverdad: que el fiscal perseguidor de los bandoleros de su partido está vinculado al terrorismo. Y para lograr su objetivo no le importó difamar a un inocente abusando de su inmunidad, pero fue bien contestado por este y sonoramente increpado en las redes. Tubino cree que aún le va a funcionar la manipulación mafiosa de la opinión pública, finalmente fue uno de los que firmó el acta de sujeción a Montesinos. Ya lo hicieron los suyos durante la campaña miserable contra el LUM, negando la historia y la verdad, que pasaba por acosar al escritor José Carlos Agüero, alguien que viene aportando toda su lucidez y sensibilidad al debate sobre la memoria en tiempos de posconflicto. Lo hicieron para limpiar de polvo y paja los crímenes de Estado del fujimorismo y sus antecesores y hoy lo hacen para evitar la cárcel por corrupción. Pero ya no les funciona. Al señor Tubino le recomiendo leer el libro de Agüero, Persona, reciente Premio Nacional de Literatura, como antídoto para sus brotes de violencia y para acallar ese autoritarismo que le tienta, para desahogar su nostalgia de lo que antaño justificaba su existencia: el terror y la bota.