“El papa Francisco... ha enaltecido el trabajo de los medios y de los periodistas que hemos hurgado en el cáncer de la pederastia clerical”.,Pues resulta que hemos recibido nada menos que un espaldarazo papal. Figúrense. Y es que el papa Francisco, a diferencia de otros pontífices, ha enaltecido el trabajo de los medios y de los periodistas que hemos hurgado en el cáncer de la pederastia clerical. Si me preguntan, es como para llevarse las manos a la cabeza y no creerlo. Pues el Vaticano, por tradición, ha tenido más bien una actitud hostil y defensiva ante las denuncias que involucraban a religiosos pedófilos y sus cómplices. Basta echar una ojeada rápida a casos diversos ventilados en los Estados Unidos, Chile, Australia, México, España, Ecuador, o en el Perú. El negacionismo, la ceguera y el cinismo de las autoridades eclesiásticas veían en los señalamientos de la prensa “ataques”, “ofensas”, “calumnias”, “insultos”. Y en ese plan. The Hartford Courant, de Connecticut, publicó en 1997 el primer informe demoledor, elaborado por los periodistas Jason Berry y Gerald Renner, sobre el historial de perversiones del mexicano Marcial Maciel, y pese al demoledor impacto y verosimilitud de los testimonios el papa polaco se hizo de la vista gorda y no movió un dedo para investigar a su protegido. Lo protegió. Y Wojtyla siempre embistió a la prensa y la tachó de “sensacionalista” cada vez que abordaba el tópico de los abusos sexuales, tratando de hacernos creer que “las manzanas podridas” eran muy pocas y que había “temas más importantes”. En el 2002, The Boston Globe, con su director Marty Baron a la cabeza, los periodistas Walter “Robby” Robinson, Michael Rezendes y Sacha Pfeiffer, entre los principales, hicieron estallar centenares de casos que fueron encovados por representantes de la iglesia. Para salvaguardar a la institución de la vergüenza. Con el propósito de que los estupros no se conozcan ni escandalicen. Y a los pervertidos se les trasladaba por lo bajo y a sabiendas muchas veces de la jerarquía eclesiástica. “El demonio está detrás de todo esto”, dijo en una ocasión el papa Benedicto XVI. Y más tarde lloró en Malta, pero no hizo nada eficiente para frenar a los depredadores sexuales de sotana. En Chile, cuando el programa Informe Especial de TVN propaló en el 2010 los testimonios de las principales víctimas de Fernando Karadima, el cardenal Errázuriz comentó que en su país solo había “poquitos casos de abuso sexual por parte de sacerdotes”. “¿Por qué no van a la Fiscalía?”, emplazó el cardenal Cipriani por la radio a uno de los denunciantes de Luis Fernando Figari, como si le hartasen imputaciones de este calibre. Con el mismo talante, el sacerdote Manuel Tamayo, de la misma familia espiritual del arzobispo de Lima, luego de lanzarse la publicación Mitad monjes, mitad soldados, relativizó la gravedad de los hechos narrados en el libro, revictimizando de paso a quienes tuvieron los cojones para hablar: “Un adolescente de 15 años sabe bien lo que está pasando y si colabora con acciones impropias tiene también culpabilidad”. Siempre se impuso la estupidez despiadada y la ausencia de caridad, es decir. Y el secretismo. Y el maleteo o ninguneo a la prensa. Y las querellas por difamación. Por eso, estas declaraciones de Francisco son históricas y sumamente relevantes. Agradecer a los medios “que han tratado de desenmascarar a estos lobos y de dar voz a las víctimas” no es sino reconocer lo que la iglesia siempre ha evitado que se conozca en toda su escalofriante dimensión. Si no es por la labor de la prensa, nada de lo que conocemos hoy se sabría. Pero miren. Igual hay pastores que no quieren acompañarle y van a contracorriente de lo que exigen los nuevos tiempos. Dejar de encubrir. Y el papa, si no se dieron cuenta, ya los tiene tasados. Son aquellos que “se alzan contra ciertos agentes de la comunicación (…) y de querer dar de forma intencional una imagen falsa”.