Semanas como las que han pasado nos mantienen en vilo, atentos a los despachos de prensa, a la espera del siguiente titular, ansiosos por saber qué vendrá.,¿Qué se puede escribir luego de una semana como la que ha pasado? ¿Cómo se hace para resaltar lo importante y obviar lo accesorio, en medio de la maraña de noticias de apariencia urgente? ¿Cómo categorizamos los sucesos? ¿Qué es más relevante? ¿La anulación del indulto a Alberto Fujimori? ¿La reacción de Fuerza Popular, que tanto criticó el indulto a su fundador pero ahora lamenta su reversión? ¿La campaña para sacar a Fujimori de la prisión con una ley con nombre propio? ¿La absolución de Daniel Urresti en el caso Bustíos? ¿El impacto de esta decisión judicial en la elección del alcalde de Lima? ¿La falsas encuestas municipales, que no dejan de circular en secreto, levantando y bajando candidatos según convenga? ¿La aprobación de las cuatro reformas constitucionales que fueron objeto de una moción de confianza, algunas bastante manoseadas? ¿Las amenazas del impresentable Fiscal de la Nación, Pedro Chávarry, contra el Presidente Vizcarra? ¿La rectificación in extremis del Congreso para permitir que el juez César Hinostroza sea investigado por integrar la organización criminal «Los cuellos blancos del puerto»? ¿La declaratoria que ofreció en Curitiba Carlos Nostre, exdirector de contratos de Odebrecht, sobre los sobornos del metro de Lima? Semanas como las que han pasado nos mantienen en vilo, atentos a los despachos de la prensa, a la espera del siguiente titular, ansiosos por saber qué vendrá. Todavía más intensa fue la temporada que siguió a la caída del gobierno de Alberto Fujimori en el año 2000, varios meses en los que el país parecía cambiar con cada hora, mientras las revelaciones se atropellaban en nuestras pantallas. La inmediatez nos impide medir los acontecimientos en su real dimensión. Lo que hace que un hecho sea histórico es su capacidad transformadora, la perdurabilidad de sus efectos y la amplitud de su alcance. La revolución bolchevique, el desembarco de Normandía o el asesinato de Kennedy son como enormes fracturas que marcan un antes y un después. Los cambios no suelen ser tan dramáticos. La mayoría de veces son paulatinos, ocurren por una acumulación de experiencias y conocimientos, en un arco de tiempo tan extenso que a veces resultan imperceptibles. Solo quedan en evidencia cuando se comparan el principio y el final de ese proceso, y se descubre qué tan radical es el producto de esta evolución. Por más intensa que pareciera mientras la vivíamos, esta no será una de esas semanas que reencauzan la vida de un país. Sí se trata de un hito importante, cuyas consecuencias recién conoceremos más adelante, cuando los sumemos a los sucesos venideros y tengamos la perspectiva que solo puede darnos el tiempo. Entonces sabremos si sirvieron para reforzar la democracia, para tener una mejor ciudad de Lima, para que el país sea más justo y la corrupción por fin deje de pagar, o fueron puros fuegos artificiales, que se extinguieron a poco de ser disparados. Pasto para los historiadores, más que para los periodistas.