"Con los distritos de la capital convertidos, gracias al tráfico, en ghettos de los que pocos se atreven a salir, la socialización se vuelve imposible".,“La clase dirigente vive en una burbuja. Van a las mismas universidades, se casan entre ellos, viven en las mismas calles y trabajan en las mismas oficinas”. Si estas líneas hubiesen aparecido en un medio peruano, serían consideradas “radicales” o “acomplejadas” o “resentidas”. Pero son parte del Manifiesto liberal publicado por The Economist hace un par de semanas, en conmemoración de su aniversario 175. Es un texto autocrítico, que hace un llamado a quienes se consideren liberales a ponderar el fracaso de esta corriente ante amenazas como el populismo autoritario o la polarización resultante de las crecientes trincheras identitarias. “Hoy, en esa misma visión (de los fundadores de la revista), los liberales necesitan aliarse con el precariado contra los patricios”. Insisto: este no es un texto del panfleto de un sindicato tirapiedras, sino de la revista que Marx llamó “el órgano de la aristocracia financiera”. En el Perú, la desconexión de las élites con las preocupaciones y necesidades del ciudadano de a pie es endémica. Pero en estas elecciones regionales la situación se ha agudizado hasta el extremo de que los resultados del próximo domingo son absolutamente impredecibles. No solo en la capital, sino en el resto del país. Lo más memorable de lo que está pasando fuera de las rejas limeñas es que, en algún lugar de Áncash, existe un candidato que se llama Hitler (y que Lenin lo ha querido tachar). Los medios de comunicación que se pretenden “nacionales” son, en realidad, capitalinos, y, de hecho, muy específicamente, a ojo de buen cubero se podría decir que el 90% de líderes de opinión que los usan como altavoz vive en un par de ejes: San Isidro-Miraflores-Barranco y Surco (ciertos lugares de Surco)-La Molina. Y ya. Es igual de difícil que alguien que vive en Trujillo tenga una voz de alcance mediático, como lo es para alguien que resida en Ventanilla. Lo peor es que, en el Perú, incluso sería optimista hablar de una élite liberal. La influencia del conservadurismo, gracias, sobre todo, a la infiltración del Sodalicio y el Opus en los colegios más exclusivos, es sinceramente apabullante y, si no es el origen, por lo menos contribuye a la perpetuación de cierta esquizofrenia moral, como se ha visto en el caso de Mackenzie, la estudiante de intercambio violada por un alumno del Markham, o como se puede ver en los libros de Jaime Bayly y Pedro Salinas, en los que exorcizaron sus experiencias en sus respectivos colegios (el de Bayly también fue el Markham). Con los distritos de la capital convertidos, gracias al tráfico, en ghettos de los que pocos se atreven a salir, la socialización se vuelve imposible. Así, después del 7 de octubre, cuando todo empeore, el abismo entre clases sociales no hará más que aumentar. ¡Bicentenario, aquí vamos!