"¿Necesitamos Congreso? Que no quepa duda. La democracia no es perfecta pero el mundo no ha inventado aún un sistema mejor para gobernarse a sí mismo".,Tal vez sea impopular en estos días recordar algo que es obvio para una democracia. Es indispensable contar con un congreso con representación plural, elegido libremente por el pueblo, que a través de sus competencias sea un balance al Poder Ejecutivo y judicial. En el esquema de la democracia moderna es imposible prescindir del congreso. Sin embargo, en el Perú de hoy el pueblo detesta a su congreso nacional, ese que hace poco más de dos años eligió con sus votos. Más del 90% de los peruanos lo desaprueba y un porcentaje mayoritario pide su disolución. No hay presentación pública del presidente Vizcarra donde a los gritos no le pidan cerrar el congreso. Las redes sociales están invadidas con el mismo mensaje. ¿Qué nos pasó? ¿Añoramos la dictadura? ¿Nos volvimos anti democráticos? Es verdad que el afecto por la democracia está lejos de ser unánime en el Perú y que un sector tiene una enorme vocación autoritaria, pero el fenómeno de nuestros días va más allá de este hecho histórico. El partido Fuerza Popular obtuvo en el año 2016 una mayoría (73 de 130 congresistas) sin precedentes en nuestra historia que, al servicio de una Presidenta Fujimori, gobernaría con mano de hierro el país. Pero eso nunca sucedió. Fujimori perdió las elecciones y ella nunca supo darle contenido político a su real rol. De la piconería a la venganza, ha sido incapaz de proponer una sola reforma, un proyecto, un modesto programa o una idea relevante para millones de peruanos. Si a alguien hay que culpar del descalabro popular del Congreso es a ella, que ha juntado su destino político a esa mayoría que hoy resulta ofensiva para sus propios votantes. Keiko Fujimori no está interesada en cuidar el trabajo de sus congresistas hasta el 2021. Ella ha tratado a los suyos como sus esclavos. Mientras lo sigan siendo, el pueblo los seguirá repudiando. Hay que agregar que el Congreso viene arrastrando desde 1993 problemas de diseño. Es muy pequeño para representar a más de 30 millones de peruanos. Decir esto es también impopular, pero es cierto. En un congreso con el doble de miembros, Fuerza Popular jamás hubiera tenido mayoría. Este es el problema del número pequeño: las minorías no están representadas. Añádase que el Congreso peruano tiene graves problemas de prestigio. Al no tener partidos políticos sino franquicias electorales, la oferta al votante es pésima y el resultado está a la vista. ¿Desconocen los congresistas esta realidad? La conocen bien pero como saben que son imprescindibles para una sociedad democrática no hacen nada para cambiar la situación. No les preocupa ni el diseño de la institución, ni el origen de su representación, ni las conductas ilícitas o frívolas de sus colegas. Las toleran o las apañan, como mejor convenga. Pocas veces, más por cálculo político que por otra cosa, sancionan a alguno. Sin embargo, esta situación arrastrada desde 1993 ha explotado. No da más. Y parecen no entenderlo. ¿Por qué empeoró la apreciación del congreso? Porque la percepción general es que para lo único que es eficaz es para reventarle la vida al Ejecutivo. El obstruccionismo –esa conducta que los fujimoristas no se cansan de negar– ha llegado a colmar la paciencia de todo un país al punto de preferir no tener congreso. ¿Es entendible? Basta ver el sabotaje a las reformas constitucionales propuesta por el Presidente para entenderlo. Pero esta es la gota que colma un vaso que viene lleno. ¿Necesitamos Congreso? Que no quepa duda. La democracia no es perfecta pero el mundo no ha inventado aún un sistema mejor para gobernarse a sí mismo. Por ello, si para salvar a la institución hay que sacrificar a sus actuales miembros, no quedará más camino que la disolución constitucional. Nadie los va a extrañar.