Escribe Eloy Jáuregui. ,Nos hicimos buenos amigos en la casa que nos había cedido Tito Hurtado en el Centro de Lima. Entonces Enrique Verástegui se había mudado definitivamente a Lima desde Cañete donde había pasado su niñez. Ya de estudiante en San Marcos, él lucía un African look, jeans y una casaca de guerrillero. Los muchachos de Hora Zero entraban y salían y en aquel segundo piso solo vivíamos para y por la poesía. Cientos de episodios cargados de aquella juventud amotinada por el arte, la escritura y el compromiso. Y así solo vivíamos para los textos. Entonces la casa era un gran laboratorio donde sobraban versos y no abundaba la comida. Entonces descubrimos el amor de las jóvenes poetas que nos visitaba por las tardes y los alucinógenos que no nos producían vergüenza. Cuando en 1971 se publicó En los extramuros del mundo, que no fue cosa sencilla, Verástegui se vistió de maestro. Con Jorge Pimentel, Juan Ramírez Ruiz, y otros hermanos poetas, asistíamos a cuanto recital o concierto nos invitaban. Y nuestras visitas a librerías eran de un efecto descomunal. Luego Enrique conocería a la poeta Carmen Ollé y vino el matrimonio y los reconocimientos. Lo he contado en otra parte, que vivimos como escritores pero más como hermanos. Entonces, la noche del 27 de julio cuando nos enteramos de su muerte solo hay un episodio que no tenía escritura. Que nuestras vidas fueron perpetuas por ese asombro que nos produce la belleza. Y ahora reviso sus libros. Todo poesía, solo poesía y ese es el testimonio de un hombre que vivió para la belleza y la amistad. Verástegui tenía 68 años. Gran poeta. No habrá como él. “Toda belleza no se corresponde al poder / sino a la eternidad: un santuario, un sueño”. Disculpen la tristeza. La poesía nos unió y la muerte nos desterró.