El reciente intento de feminicidio de Carlos Hualpa contra Eyvi Ágreda, a quien quemó con sadismo aterrador en un transporte público, es la secuencia coherente de una ideología machista arraigada en el inconsciente de los peruanos, más aún de los hombres, que la sienten como su privilegio.,Un joven paciente que creció en una pequeña ciudad de la costa peruana, me autoriza a contar esta historia. Cuando niños, era habitual que los maridos propinaran golpizas a sus esposas. Lo hacía la mayoría y a nadie le llamaba la atención. En su cuadra, los chicos solían reunirse por la noche frente a una casa en donde era frecuente que el esposo golpeara ferozmente a la mujer. Casi ninguna de estas víctimas acudía a la policía para denunciar estos maltratos. Las razones eran por lo menos dos: la primera es que esto significaba acudir a un local cuya entrada era visible para todo el pueblo, lo cual acarreaba vergüenza. La segunda es que el marido violento que daba “espectáculo” con sus palizas a su esposa, era el comisario. Luego mi paciente agregó: “Por eso, si quieren saber la estadística real de los abusos y maltratos, acudan al hospital, no a la comisaría”. Este relato se repite, con ligeras variantes, a lo largo y ancho del Perú, generación tras generación. Esto significa que el imaginario de la mayoría de peruanos lleva inscrita la naturalización de la violencia de género. Por eso el reciente intento de feminicidio de Carlos Hualpa contra Eyvi Ágreda, a quien quemó con sadismo aterrador en un transporte público, es la secuencia coherente de una ideología machista arraigada en el inconsciente de los peruanos, más aún de los hombres, que la sienten como su privilegio. El rechazo, el no de una joven como Eyvi, subleva el narcisismo de quienes se sienten con derecho a disponer de las mujeres como si fueran mercadería. Coincido con la revista Salon (se lee en inglés en Internet en Salon.com) cuando denomina a estos actos terrorismo de género. Aunque Hualpa no lo sepa, su acto homicida es parte de una agenda en la que se busca aterrar a las mujeres para que se sometan. Por eso su patología individual es tan irrelevante como la de Abimael Guzmán. Lo medular es la cultura de la cual proviene y de la cual se alimenta. Ese poder patriarcal que está amenazado por el progresivo empoderamiento de las mujeres, de las feministas en particular, es lo que exacerba estos atentados terroristas. Siempre lo he sostenido: tras estos actos de agresión, ya sea en el hogar o en el espacio público, yace un miedo incontrolable a la liberación del deseo femenino. Lo cual se agrava por la inacción de nuestras autoridades. No tenemos una legislación para penalizar el acoso, lo cual facilita la escalada de la agresión. El congreso, dominado por Fuerza Popular, se ha encargado de impedir que la legislación indispensable contra el feminicidio, la violencia familiar y la educación basada en la equidad de género, procedan, obsesionados con proscribir la palabra “género”. Es difícil ser más obtuso e ignorante. También ellos, como Hualpa, son agentes, lo sepan o no, de una ideología en la que se pretende mantener el poder machista como estrategia de dominación. Las mujeres insumisas los aterran porque representan el cambio social.