En el Perú la fobia contra los extranjeros siempre ha estado concentrada en los chilenos, básicamente como un largo efecto colateral de nuestra derrota en 1879-1883. Pero como antes de la mejora económica peruana de estos tiempos no hubo muchos chilenos en el país, esa fobia siempre fue una cosa teórica, una forma de patriotismo. Algo parecido se ha dado aquí en la historia con los ecuatorianos, los gringos u otras identidades nacionales. Nunca los hubo en número suficiente como para producir una xenofobia en regla. De allí se desprende que en realidad no tenemos la costumbre. El otro lado de la moneda ha sido que las fobias han sido entre nosotros mismos, y siguen allí. Mientras tanto no nos ha costado asimilarnos a la vida en otros países, al son de más de dos millones de emigrantes acumulados en el tiempo. Muchos de ellos en Chile o Venezuela, cómo no, atraídos por las oportunidades de aquellas prosperidades. La llegada de los venezolanos al Perú es la primera situación recíproca que conocemos. En términos generales no hemos reaccionado mal. La posición del gobierno frente a los venezolanos es de acogida. La actitud de la población ha sido, digamos, imparcial. Como que simplemente han aparecido más personas necesitadas en medio de las muchísimas que ya circulan por el espacio público. Que es lo más parecido que se puede a una bienvenida. En medio de este panorama resultan sorprendentes los brotes de xenofobia que han estado apareciendo. Comenzaron como un argumento sobre empleos quitados a peruanos, y luego han pasado a no tener argumento explícito alguno. Que es como suelen manifestarse muchas xenofobias, más aun en países sin experiencia en este feo sentimiento. Pero ahora la aparición de carteles impresos muestra que hay interesados en desarrollar el sentimiento, y aprovecharlo. ¿Quiénes son? ¿Chavistas locales haciéndole un esquinado favor a Nicolás Maduro? ¿Opositores que ven un flanco débil en la hospitalidad del gobierno? ¿Algún candidato preparándose una plataforma a futuro? No importa el propósito, la posición es repugnante, y descalifica a quien la practica. Los hermanos de Venezuela que llegan a estas costas a sobrevivir son ni más ni menos compatriotas latinoamericanos. Nadie, en ningún país de la región, está libre de toparse mañana con el problema que ellos están viviendo.