El Washington Post, que atravesaba una situación particularmente crítica, decidió dar un golpe audaz y arriesgadísimo, que, finalmente, le hizo saltar a las grandes ligas, cuando el Post todavía no pertenecía a ellas. Y decidió jugársela por completo, no por una cuestión de estrategia, sino por principios.,Recién vi esta semana The Post, junto con mis hijos Macarena (20) y Antonio (17). Y me encantó que la disfrutaran, como en su momento les fascinó Spotlight. Por un momento pensé que les iba a aburrir, la verdad, o que no la iban a comprender a cabalidad, pero no. Se engancharon desde el saque. Entendieron perfectamente que la exclusiva la logró el New York Times gracias al informante, Dan Ellsberg (Matthew Rhys), quien extrajo los denominados “Pentagon papers” de la Rand Corporation y los puso en manos de Neil Sheehan, uno de los periodistas estrella del Times. Y que el Washington Post, que atravesaba en esos días de junio de 1971 una situación particularmente crítica (estaba muy ajustado de dinero y saliendo al mercado de valores a vender acciones, porque, de lo contrario, tendría que vender algunas de sus televisoras), decidió dar un golpe audaz y arriesgadísimo, que, finalmente, le hizo saltar a las grandes ligas, cuando el Post todavía no pertenecía a ellas. Y decidió jugársela por completo, no por una cuestión de estrategia, sino por principios. “Los Papeles del Pentágono” eran siete mil folios que documentaban al detalle la historia previa a la guerra de Vietnam y el proceso de determinaciones adoptadas en la Casa Blanca durante por lo menos dos administraciones distintas. La de John F. Kennedy y la de Lyndon B. Johnson. Ambos engañaron a la opinión pública sobre lo que estaba ocurriendo en Vietnam. Y fabricaron mentiras para justificar la implicación de los Estados Unidos en la conflagración de Indochina. Paradójicamente, el republicano Richard Nixon, presidente entre 1969 y 1974, no estuvo directamente involucrado en esta operación de encubrimiento en el que perdieron la vida casi sesenta mil soldados. No obstante, era un acérrimo partidario del secretismo. Y algo no menos importante: odiaba a la prensa. Tanto que gestionó que el Tribunal Federal suspendiese la publicación de los documentos en el New York Times. Fue entonces cuando uno de los legendarios redactores del Washington Post, el editor Ben Bagdikian (Bob Odenkirk), obtiene una copia de los papeles en Boston, donde fue con una maleta vacía, y regresó con 4,400 páginas desorganizadas y sin numerar. “La maleta resultó demasiado pequeña, así que llenó una gran caja de cartón y compró dos asientos de primera clase para regresar, un gasto que al periódico no le importó”, relató luego Katharine Graham (protagonizada por Meryl Streep), la propietaria del diario, en su libro Una historia personal, publicación con la que, dicho sea de paso, se ganó el Premio Pulitzer en 1998. La tensión de la peli llega a un adrenalínico nivel cuando la presión política y judicial les llega como una avalancha, como nunca antes había ocurrido en su historia. Si publicaban la información que le había sido vetada al Times, los acusaban de desacato, de desafiar abiertamente a las leyes, y eso significaba prisión para Kay Graham, además de pérdidas millonarias para su grupo mediático, que, como dije, recién estaba saliendo al mercado de valores. Era, por lo demás, la primera vez que algo así ocurría contra la prensa de los Estados Unidos. Que restricciones legales fuesen empleadas para evitar la divulgación de información periodística, es decir. “Yo no tenía nada claro lo que había que hacer (…) Dije que la publicación podía destruir el periódico (…) me daba miedo precipitarme (…) (Al final) tragué saliva y ordené: ‘Adelante, adelante. Publiquen’. Y colgué (el teléfono)”, cuenta Graham en su autobiografía. Por su parte, el director del Post, Ben Bradlee (Tom Hanks), también evoca este momento en sus memorias. “Creo que ninguno de nosotros entendió verdaderamente la importancia que su decisión de publicar los documentos del Pentágono (comprometiéndose con la Primera Enmienda que garantiza la libertad de prensa) tuvo en la creación del nuevo Washington Post. Yo desde luego no lo entendí. Quería publicar los papeles porque eran unos documentos vitales en los que se explicaba la mayor historia de los últimos diez años. Eso es lo que hacen los periódicos: enterarse, informarse, verificar, escribir y publicar. Lo que no entendí cuando sonó en mis oídos el ‘De acuerdo… adelante. Publiquémoslo’ de Katharine fue lo mucho que había cambiado el carácter del periódico (…) Nos habíamos convertido en un periódico que se mantenía firme ante las acusaciones del presidente, del Tribunal Supremo, del fiscal general (…) Un periódico que mantenía la cabeza alta, entregándose inquebrantablemente a sus principios”. Eso sí. Lo que no sabían ni Graham, ni Bradlee, ni Bagdikian, ni nadie, es que los Papeles del Pentágono les preparó para lo que vino poco después, y propició nada menos que la dimisión del presidente Richard Nixon: El Caso Watergate.