A Daniel Peredo le ha pasado lo mismo que a aquellos rockeros jóvenes, fallecidos en el momento más encumbrado de su carrera, cuando sus canciones eran tarareadas en las calles y repetidas en las radios.,A Daniel Peredo lo conocí hace varios años, en el Estadio Nacional. Creo que la selección jugaba un partido eliminatorio y en el intermedio me lo encontré en uno de los pasillos. Como estaba con un amigo futbolero en común, nos pusimos a conversar. Lo frecuenté más desde que empezó a concurrir a los partidos de fútbol donde, religiosamente, todos los miércoles nos reunimos un grupo de colegas y amigos. Sin ser muy veloz o hábil, era un pelotero extremadamente competente, de los que conocen sus limitaciones y le sacan el máximo provecho a sus virtudes. Jugaba sencillo, a uno o dos toques, siempre al pie, sin perder una pelota. Al verlo quedaba claro que sabía perfectamente lo que hacía, que entendía el fútbol como pocos. Peredo era un periodista deportivo diferente. Desde sus comienzos asumió su trabajo como un verdadero profesional, que se preocupaba por mantenerse actualizado y esquivaba el disfuerzo, la superficialidad, la grosería o la soberbia, tópicos que tanto daño han hecho entre su gremio. Sus libros y sus columnas de opinión estaban muy bien escritas y siempre ofrecían algo más: un ángulo o un dato novedoso, ese punto de distinción que buscan los lectores. Destacaba como narrador de fútbol, una especialidad con tan pocos referentes en el Perú, donde más bien ha sobrado la improvisación. Curiosamente, al propio Peredo no le gustaba su tono de voz, que le parecía un poco agudo. Tenía cultura, era didáctico, riguroso y divertido. Pero su principal talento era su capacidad de transmitir emociones y traducir la emoción de sus televidentes. Era además una magnífica persona. Cercana, sencilla, directa. Siempre me dio la impresión de que no era consciente de su importancia, del impacto de su trabajo, del aprecio bastante unánime que generaba entre su público. ¿Por qué su muerte nos ha conmocionado de una manera tan profunda? Por muchas razones. Porque una mezcla tan lograda de cualidades personales y profesionales siempre es una excepción, y su partida deja abierto un hueco difícil de llenar. Porque nos dejó prematuramente, apenas a los 48 años, en la edad en que los periodistas alcanzan la plenitud, cuando el talento recibe el empujón definitivo de la experiencia. Porque quedaban muchas transmisiones por hacer y muchos goles por gritar. Pero también porque su partida ha ocurrido en un momento único. Luego de 36 años de agonías, su voz se convirtió en el sinónimo de un milagro, de una clasificación a un mundial celebrada porque tardó tanto y porque parecía imposible. A Daniel Peredo le ha pasado lo mismo que a aquellos rockeros jóvenes, fallecidos en el momento más encumbrado de su carrera, cuando sus canciones eran tarareadas en las calles y repetidas en las radios. La gran paradoja es que el muchacho de Pueblo Libre, que a los trece años vio por última vez a su selección clasificar a un mundial, y que la acompañó todo este tiempo, empujándola con la fuerza de su garganta, no podrá dar ese paso definitivo que habría sido gritar un gol peruano en Rusia 2018. Aunque, al mismo tiempo, será la imagen que estará más presente cuando pelota comience a rodar y la blanquirroja escriba este nuevo capítulo de su historia. Por eso, #AplausosparaPeredo.