El abuso sexual es siempre un abuso de poder. Usualmente derivado de una relación asimétrica, en la cual una de las dos personas, la víctima, se encuentra en situación de fragilidad o de inferioridad. Ya sea por una cuestión de edad o de confianza o por respeto a la autoridad. Esto lo venimos observando hasta la fecha en el fenómeno de la pederastia clerical, que es como una suerte de sangría incontenible dentro de la iglesia católica, pues esta no pareciera hacer nada contundente para ponerle coto. Pero también lo hemos visto en el caso de Hollywood, y en el Perú en el Caso Sodalicio, en colegios privados y estatales, en el ámbito teatral, y ahora ha llegado a mis manos uno que tiene que ver con los Boy Scouts. Hace siete años, en el 2010, empezaron a reventar los escandaletes en los Estados Unidos. Gracias a la prensa norteamericana, nos enteramos de que la organización Boy Scouts of America debía pagar una indemnización de 18,5 millones de dólares por un caso que sucedió en los ochentas. “Estamos profundamente decepcionados (…) Las acciones del hombre que cometió esos crímenes no representan los valores e ideales de Boy Scouts of America”, publicó la organización en su web, refiriéndose al instructor pedófilo que vestía una pañoleta en el cuello. Dos años después, los rebullicios continuaron. Y se conocieron millares de documentos relativos a delitos sexuales contra miles de menores ocurridos entre 1959 y 1985, y que los Boy Scouts encubrieron durante décadas. Estos papeles llegaron a conocerse como “los archivos de la perversión”. A través de estos files, con más de 14,500 páginas de información, se llegó a estipular que, en promedio, cada pedófilo abusó de 5 a 25 scouts. Y en los abusos estuvieron involucrados más de 1,200 adultos, de acuerdo a una información del Chicago Tribune. En más de 500 ocasiones, por lo menos, la administración de los Boy Scouts tuvo conocimiento de lo que ocurría. Sin embargo, el 80% de los casos jamás fue denunciado a la policía. El propósito era proteger el buen nombre de la institución. En el 2014, la metástasis saltó al Reino Unido. La cadena británica BBC reveló que más de 50 personas inició acciones legales contra la agrupación Boy Scouts inglesa, Scout Association. Ayudó a romper el silencio el escándalo que tuvo como foco al presentador Jimmy Saville, ya fallecido, que abusó de más de 200 niños durante cerca de medio siglo. La Scout Association pagó entonces cerca de 897,000 libras (1,13 millones de euros, aproximadamente) en compensaciones a los afectados. Y ahora, hacia fines del 2017, recién nos enteramos de los abusos del “explorador” Jean Carlo Castro Bazán contra el menor Jota, quien se estima fue violado por este representante de los scouts de Lince un centenar de veces, en paseos, campamentos, viajes y bajo el pretexto de actividades similares. También se sabe ahora que las violaciones las realizaba Castro hasta en la propia casa del niño. Castro Bazán amenazaba al chico con asesinar a su madre, si este lo acusaba. Los hechos ocurrieron desde que Jota cumplió siete años. Y terminaron luego de tres largos años. En muchos casos, si Jota oponía resistencia, Castro usaba la violencia y lo ataba y lo golpeaba. La primera violación sexual se produjo en La Granja Villa, en los camerinos, cuando celebraba su cumpleaños. Con el tiempo, el scout Jean Carlo Castro conminaba al menor a que llevara varios calzoncillos al campamento con el propósito de eliminar los que estuviesen manchados con sangre, para que su madre no se diera cuenta. La Asociación Scout del Perú ha expresado que, en sus 106 años de existencia, jamás han tenido conocimiento de una denuncia similar. Y con el argumento de que son una organización ad honorem, donde nadie percibe sueldo, se han librado de afrontar una reparación civil a favor del sufrido Jota. Si fuese cierto que los Boy Scouts promueven valores como el compañerismo, el esfuerzo, la amistad, y qué sé yo, habrían asumido su responsabilidad y compensado económicamente a Jota y a su madre. Pero ya ven. Ni siquiera le han pedido perdón. Ni están creando alguna especie de Comisión de la Verdad interna para evitar que lo que le ocurrió a Jota, se repita. Como si la seguridad de sus scouts les importase un carajo. No se dan cuenta de que, después de todo lo que se conoce, es algo esencial que este tipo de asociaciones entienda cómo operan los pederastas y cómo logran infiltrarse en las instituciones juveniles.