Hay una gran reacción machista ante los avances de las mujeres en todos los ámbitos, sobre todo, en los del poder. A más poder para las mujeres, mayor cantidad de feminicidios y de violaciones sexuales. Esa es una realidad. Como sostiene la antropóloga Rita Segato, nos encontramos ante un escenario de guerra contra las mujeres. Es una guerra informal, no declarada, una violencia permanente ante el pánico de perder el control de nuestros cuerpos y mentes. Lo que abona las acciones de violencia contra nosotras no es solo la creencia en una superioridad masculina que hoy se encuentra en crisis; no, lo que abona esta violencia es también la impunidad. Tener confianza en que el Estado no tomara acciones en contra de estos hechos. La guerra contra las mujeres ha tenido una batalla el día del censo. Nos ha indignado a las peruanas que una joven censadora, por ayudar a su hermano, haya sido violada solo por el hecho de tocar la puerta de la casa de un “hijo sano del machismo”. En las redes sociales salen a gritar una vez más “pena de muerte” o “castración” pero esa no es la respuesta correcta. Los violadores sexuales no son bestias, no son animales, son seres humanos educados para ser violadores debido a nuestra cultura machista y al patriarcado dependiente que rige en el Perú. El objetivo de la violación no es sexual, es de poder: la derrota física y moral de la persona subyugada y, en ella, a todas las que representa. El objetivo de la guerra contra las mujeres no es el exterminio sino la colonización total. Regresar al pasado cuando, nosotras, estábamos en las manos legales y reales de los varones. Ejercer esa dominación por medio de la cual nuestras vidas solo eran vividas para ser mujeres de un varón. Por eso, la manera de parar esta guerra cuyos actos bélicos son los feminicidios, la violencia sexual, la violencia de género, es involucrando a los hombres en tomar conciencia de la misma. El Estado debe asumirlo y no intentar sobornar a la víctima para que todo permanezca impune. Los hombres saben que un mundo más justo es aquel en el que nosotras desarrollemos al máximo nuestras capacidades. Segato sostiene: “Desmontando, con la colaboración de los hombres, el mandato de masculinidad, es decir, desmontando el patriarcado, [se desmonta] la pedagogía de la masculinidad que hace posible la guerra y, sin una paz de género, no podrá haber ninguna paz verdadera”. El 25 de noviembre saldremos nuevamente a las calles, pero la movilización en sí misma no es suficiente: para cambiar las políticas públicas es preciso la incidencia, difundir nuestras propuestas, una voluntad política de parar esta guerra. Hoy en el Perú tenemos un excelente Plan contra la Violencia de Género, pero subutilizado. Se requiere presupuesto y, sí, señora Ministra de Economía, parar esta masacre es prioridad. Además, debemos luchar para que la estulticia que inventa una “ideología de género” sea desenmascarada: lo que buscan es justificar el sometimiento de las mujeres. ¡Los varones inteligentes y consecuentes no lo pueden permitir! ¡Salgamos a las calles y no nos quedemos en nuestras casitas esperando que nos violen, acosen, estigmaticen o subestimen!