Se ha alejado de nosotros, acompañado por su entrañable esposa una de las figuras más importantes y fecundas de la cultura peruana del último medio siglo, el artista original y ejemplar ciudadano que fue Fernando de Szyszlo. A pesar de que ello resulte obvio, entiendo como un deber personal y que expresa el sentir de muchísimos peruanos, subrayar el reconocimiento y la admiración que merece una trayectoria que, ha entregado a nuestra sociedad el mejor regalo que un artista puede hacerle: el ampliar las fronteras de nuestra cultura y de nuestra imaginación presentándonos, en el lenguaje potente del arte moderno, un retrato sincero y por eso mismo perturbador un país habitualmente reacio a mirarse a sí mismo y que por tanto se halla necesitado del autoreconocimiento. Su obra plástica–sin que tengamos que esperar que el tiempo la consagre– constituye un punto de referencia ineludible del arte moderno del Perú y de América Latina. Y ello porque el fruto de su tarea creativa ha trascendido el gozo que causa el admirarla convirtiéndose además en enseñanza de gran alcance, pedagogía estética y vivencial que nos habla en cuanto seres humanos esencialmente libres y, al mismo tiempo, habitantes de un aquí y un ahora. Las inquietudes, sueños y angustias que estuvieron en el punto de partida de su quehacer se nos ofrecen como un atisbo temprano de mundos simbólicos ocultos, enterrados tal vez, en el denso pasado del Perú, un pasado precolombino que, a lo largo de las décadas, y aunque refinado por el tamiz de influencias muy libremente asumidas, sigue imponiendo su presencia icónica y cromática sobre una obra que es siempre diversa e igual a sí misma, y por ello libre y auténtica. La mirada de Szyszlo nos ha acostumbrado, a hurgar en el pasado para aprehenderlo y desvelarlo en su esencia. Así pues, su obra nos confronta continuamente con una realidad en formación, con un mundo arduo y exigente cuyo temple —en buena medida, elusivo a nuestra comprensión racional— se halla agazapado en un horizonte negro del cual salen hacia la luz, de tanto en tanto, verdades punzantes y batientes, verdades que, en las formas de un intenso abstraccionismo lírico, se dejan ver apenas por un segundo antes de regresar al fondo siempre oscuro y ambiguo de la tela, al fondo siempre oscuro y ambiguo de nuestras conciencias. En buena cuenta, el paisaje peruano, fue recreado por Szyszlo para así convertirlo en lenguaje humano que expresa nuestras vidas, el drama de nuestra experiencia personal y colectiva irresuelta y que está siempre en tránsito, en permanente proceso de realización. Hay que decir además que esa misma mirada que recrea e interroga, no ha podido ser, una mirada puramente contemplativa. Más bien se nutrió de una actividad –artística y personal– cuestionadora e inquieta, ajena a todo conformismo y a toda tentación autoritaria, dando así paso a una ética de la tolerancia que, traducida al lenguaje más modesto de nuestras razones, solo puede tener el nombre de democracia. Por ello, no resulta extraño, pero sí digno de admiración que el gran creador que fue el maestro De Szyszlo haya sido y sea en adelante ejemplo de intelectual comprometido, actor de un civismo auténtico en un país, donde, como sabemos, la democracia, la libertad y el respeto de los otros parecen ser siempre fines postergables cuando la conveniencia propia y el goce egoísta están de por medio.