La bronca por el lugar de la misa que celebrará el Papa Francisco en Lima es solo la punta del iceberg de una pelea más larga dentro de la jerarquía de la Iglesia católica. Algún día, por algún lado, las cosas iban a explotar. Lástima que sea con ocasión de la venida del Papa y con unas formas tan poco cristianas, que han logrado que se ventilen asuntos que pudieron resolverse con un poco de buena voluntad. Hace unos meses se me hizo llegar una preocupación muy concreta de varios obispos. No querían que uno solo de ellos monopolizara la visita del Papa Francisco como exclusiva. Como siempre, los obispos se cuidan de dar nombres, pero la referencia era expresa a monseñor Juan Luis Cipriani. La preocupación, en ese momento, me pareció exagerada y tal vez proveniente de un celo excesivo. Como se sabe, los límites políticos de Lima no coinciden con las diócesis de Lima. Monseñor Juan Luis Cipriani es obispo de Lima Metropolitana (Centro); monseñor Norberto Strotmann, obispo de Chosica (Lima Este); monseñor Lino Panizza, obispo de Carabayllo (Lima Norte); y monseñor Carlos Enrique García, obispo de Lurín (Lima Sur). Todos son obispos de Lima. Y son pares, como los son los 47 obispos del Perú reunidos en la Conferencia Episcopal Peruana. Para algunos, es difícil de entender, pero la Iglesia Peruana no tiene un jefe. Cada obispo tiene una total autonomía en su jurisdicción. Cabe anotar que esta jerarquía no se altera por ser uno de los obispos, a la vez, cardenal. Ese cargo tiene como fin principal formar el Colegio Cardenalicio para elegir a un sucesor del Papa. Conocida esta organización por siglos, ¿cómo podría ser un obispo protagonista y los otros ignorados? Imposible, ¿verdad? Eso creí hasta que una horda de cruzados medievales me comenzó a insultar en Twitter. ¿Qué me convirtió en “enemiga de la Iglesia” –es uno de los títulos otorgado, entre otros irreproducibles y muy poco cristianos– para desatar tal furia? El hecho de sumarme a la preocupación por los problemas de seguridad de la Costa Verde para una misa masiva y al hecho de que Augusto Álvarez Rodrich advirtiera que la negación de la realidad por parte de monseñor Cipriani –pese a la advertencia del viceministro del Interior– se debía a que no quería que monseñor Juan Carlos Vera, obispo castrense, presidiera una misa –que de todas formas es concelebrada– en la base aérea de Las Palmas. Es decir, el mismo tema de protagonismo que me fuera advertido meses atrás. Según Carlos Raffo, vocero –no sé si en un voluntariado o no– de monseñor Cipriani, resulta que Augusto Álvarez y yo lo iniciamos todo y supongo que mandarme cientos de sus trolls es el justo castigo público que merezco por ser “infiel” a la Iglesia. Esto no pasaría de ser un disparate, de los muchos que suelo leer, si no fuera porque soy una persona de fe y me da vergüenza ajena este espectáculo. Los que dicen ayudar a monseñor Cipriani haciendo escándalo, no lo ayudan en nada y lo representan mal. Los que lo aconsejan para hacer de todo por fuera de la Conferencia Episcopal lo están llevando al camino del absurdo al terminar con dos himnos, dos logos, dos páginas web y cuentas de redes sociales diferenciadas. Eso no está bien. Damos (me incluyo porque soy parte de la Iglesia católica) una triste pelea de odio, maltrato y desunión. Lo cierto es que Lima tiene pocos espacios públicos masivos. Por eso, debemos considerar todos los que hay y ver sus ventajas y desventajas en relación al bien común. Indeci ya declaró que los dos sitios son viables, con restricciones, pero la Costa Verde tiene un tope de asistentes de 800,000 personas –aun con mejora de accesos y escapes– que está por debajo de las expectativas. Hagamos números. Si el 80% de los 10 millones de limeños son católicos y de estos 5% vamos a misa todos los domingos, tenemos una audiencia fija de 400,000 personas. Con toda facilidad, considerando peregrinos del Perú y el extranjero, más católicos que asisten irregularmente a la iglesia, superamos el millón de personas. Prevenir para 2 millones es una expectativa más realista. ¿Qué puede ser ofensivo para monseñor Cipriani y sus voceros el considerar el bien común? ¿O harán una misa para 800,000 elegidos? Es verdad que mucha gente detesta a monseñor Cipriani por una variedad de causas que no lo han hecho querido, en los últimos veinte años, ni siquiera entre sus pares. Pero no es mi caso. Se ha ganado muchas peleas tontas –en las que iba a perder, como la de la PUCP– por no escuchar. Ha cometido injusticias en muchos casos particulares, incluyendo a los sacerdotes que apartó de su diócesis. También ha contribuido a la politización de la Iglesia y de la teología –un peligro que debe combatirse– acercándose en público a posiciones políticas muy respetables pero de orden privado. Sin embargo, tiene la oportunidad de hacer de su último año de obispo, uno mucho mejor. Si realmente lo desea. La visita del Papa debería ser el camino para reconciliar, no para dividir más.