Distorsionar la verdad, mentir y manipular la verdad histórica no solo es inmoral: también puede tener efectos nefastos en el futuro de una sociedad. A propósito del cumplimiento de algunas condenas por terrorismo, han explotado en nuestro país graves mentiras. Ciertos personajes, en lugar de aportar con ideas y propuestas para acabar con los remanentes del senderismo en el VRAE, se dedican a ventilar sus rencores y odios por el restablecimiento de la democracia a fines del 2000. Por ejemplo, a sabiendas de que es mentira, estos personajes acusan a la transición democrática encabezada por Valentín Paniagua de impulsar los nuevos juicios a quienes habían sido condenados en los 90 por terrorismo o de haber liberado terroristas. Esto es comprobadamente falso. Durante los ocho meses del gobierno de Paniagua, que concluyó en julio del 2001, la legislación terrorista no se modificó en absoluto; ello ocurrió recién dos años después a partir de la sentencia del Tribunal Constitucional de enero del 2003 y las posteriores leyes que se dictaron siendo presidente Toledo y ministro de Justicia Fausto Alvarado, haciendo posibles los nuevos juicios. Durante los 14 años y cuatro Congresos (incluido el actual) y gobiernos siguientes, estas leyes permanecieron básicamente intocadas por lo que no deben haberlas considerado tan malas. Otra mentira es que durante el gobierno de Paniagua se liberaron terroristas. Esto también es falso. Como cualquiera lo sabe, el proceso de liberación de inocentes detenidos o condenados por la supuesta participación en actos de terrorismo se inició en 1996 durante el gobierno de Fujimori, y sólo continuó durante los dos gobiernos siguientes con el filtro y cuidadosa selección por una comisión independiente presidida por el padre Hubert Lanssiers que trabajó en ello tanto durante el gobierno de Fujimori como el de Valentín Paniagua. Quiero ir más allá de esto en mi comentario y recordar que para derrotar a la lacra del terrorismo, la acción legítima de la sociedad democrática fue fundamental. Mientras en los 80 se “ensayaba” con métodos de represión masiva, el terrorismo senderista crecía de manera exponencial. Las cosas empezaron a cambiar solo después por la convergencia de tres factores decisivos plenamente compatibles con los valores democráticos. Una herramienta fundamental, y de la que se ha hablado con justicia hasta la saciedad en estos días, es la labor de la inteligencia con eficientes equipos como el del GEIN que capturó a Guzmán. Apuntar a las cabezas en una estructura jerarquizada resultó fundamental; desbarató el andamiaje terrorista. Un segundo aspecto fue la colaboración de los arrepentidos; esencial para el éxito del GEIN y de la mayor parte de operaciones de inteligencia que siguieron. Sin ello no se hubiera dado con el paradero de Guzmán ni de la mayoría de cabecillas. Finalmente, el papel que las rondas campesinas desempeñaron fue esencial en las zonas rurales para “quitarle el agua al pez”. Si la participación de la sociedad fue clave para derrotar a los senderistas que a ratos parecían “todopoderosos”, esto mismo se aplica para prevenir posibles resurgimientos. Es clave que la juventud de hoy esté bien informada de algo que no vivieron ni sufrieron, pues no habían nacido. Y para ello, es importante articularse alrededor de la gran tarea de que algo así no reaparezca. Para esta tarea, la mentira y la distorsión de la historia es contraproducente y moralmente inaceptable.