Cumple mes y medio la huelga de los maestros en el Cusco y dos semanas la convocada por el Conare que se lleva a cabo en 15 de las 25 regiones del país. Sin embargo, el gobierno insiste en que todo se reduce a una movilización promovida por el Movadef. ¿Por qué esta ceguera? Porque la huelga deja ver el problema central que atraviesa hace varios años el sector educación y que se nos ha querido vender, paradójicamente, como una “reforma educativa”. Se trata de tener un maestro barato (80% del magisterio gana menos de 1.600 soles) al que se evalúa en su desempeño, se amenaza con el despido si no aprueba y se tiene controlado políticamente. Del 2006 en adelante se impuso el criterio de que solo se debían dar aumentos previa evaluación. Sin embargo, quienes empezamos una experiencia de aprendizaje en la evaluación por méritos, allá por el año 2001, concluimos que había que avanzar paralelamente en la evaluación y en el aumento de la remuneración docente para acercar y eventualmente superar con el piso salarial a la canasta básica. De esta manera, la meritocracia podría tener efecto en la calidad educativa. Empero, el primero de los criterios se impuso en el Ministerio de Educación y lo que ahora sucede es que esta contradicción entre los bajos sueldos y las exigencias de la evaluación ha llegado a un punto de ebullición. Desafortunadamente, parecen ser dirigencias radicales, por ausencia de los demócratas, las que han aprovechado la oportunidad para ponerse al frente. Lo interesante es que la solución existe y está a la mano de las autoridades. Solo que ello supone cambiar la lógica de la relación entre evaluación y aumento de remuneraciones, concentrándose primero —dado el grave retraso actual— en las remuneraciones para luego pasar al desempeño. De lo contrario, lo único que se está haciendo es un remedo de calidad educativa.