La emotividad fue la nota de inicio del discurso presidencial de 28 de julio. Fue una buena elección. Recordar lo mejor de lo que somos engancha bien en un ambiente hostil, como ha sido el Congreso el último año. Luego, el eje central del discurso fue económico. También una elección correcta frente a un problema de efectos concretos en el bolsillo. El año 2016, el Perú creció 3,8%, cifra insuficiente para tener un desarrollo sostenido, pero bastante mejor que el 2,7% que se proyecta para este año. El Presidente culpó a El Niño costero, a Lava Jato y –casi en una pincelada– al gobierno anterior por haber bajado la recaudación y dejarle 50.000 contratados. Omitió expresamente dos causas adicionales: los golpes del Congreso fujimorista a su gabinete y la derogatoria de decretos legislativos; así como la propia impericia de su gobierno. Esto último es evidente en el caso Chinchero y en la demora de doce meses en generar algún nivel de confianza que revierta la desastrosa tendencia negativa en inversión pública o privada. Culpar al ex Contralor era necesario, pero insuficiente. El anuncio de doce grandes inversiones (no las nombró) y cuatro proyectos mineros en el sector privado parecen ser su gran esperanza, así como el gasto público en la reconstrucción del norte, el programa de agua y desagüe, los Juegos Panamericanos y el “destrabe” de megaproyectos. Las sumas de millones son una promesa de impacto, pero ¿cómo creer en ellas? El Presidente y su Ministro de Economía saben, mejor que nadie, que la forma más eficaz de poner dinero en el bolsillo de la gente es aumentando el crecimiento. Aun cuando este sea desigual, un solo punto de PBI crea miles de empleos y la reducción del mismo, los desaparece, como está sucediendo hoy en los hogares de miles de peruanos. Las comparaciones regionales no ayudan. Ser la envidia del barrio, si el barrio es pobre, no conforta en nada. El resto del mensaje fue muy desordenado, sin un hilo conductor. Deja buenos titulares. Cinco proyectos de ley de calibre muy diferente (una cosa es reformar la Constitución y otra, recoger la basura) coordinados todos en la cita con Keiko Fujimori, como para que quede claro –junto a la omisión de sus ataques– que el gobierno está dispuesto a seguir bajando la cabeza a cambio de su sobrevivencia. No sorprende que pese a estas nuevas ofrendas sean los voceros del fujimorismo los que salten con más virulencia sobre el mensaje. Ese ha sido el estilo del último año, “mientras mejor los tratas, peor te tratan”. Lamentablemente, el presidente Kuczynski no lo entiende así. “La lucha de la mujer es mi lucha”, “Agro próspero, Perú próspero”, “La salud es demasiado importante como para esperarla en una cola” son lindas frases para llenar portadas. Se han puesto en el discurso para ello, pero con poco éxito si se revisan los periódicos del sábado. Sin embargo, son frases huecas. Los centros de emergencia mujer existen hace años, tanto como la línea 100. Hay una huelga de maestros y de médicos sin ninguna solución a la vista y sin ninguna mención en el discurso. ¿Cómo se puede ofrecer mejorar el turismo mientras miles de turistas escuchan el mensaje, desde una radio en un bus parado, en una carretera tomada por huelguistas? Esa desconexión entre realidad y solución estuvo presente en todo el discurso. Además del desorden hubo una cuota de incoherencia. El diagnóstico estaba; la solución, no. Saltar de un tema a otro permite esconder mucho. Muy bien contra el racismo y el feminicidio. Nada sobre los derechos de otras minorías. Ni niños, ni indígenas, ni comunidad LGTB. Omitir todo el episodio de “género” es meter la basura debajo de la alfombra. Grupos religiosos fanáticos han llenado el país de carteles mintiendo, acusando al Presidente de “homosexualizar a sus hijos” a través de la escuela pública. La campaña ha sido costosa y sostenida. ¿Ni una palabra de respuesta? No decir nada es otorgarle un espacio para nuevos ataques que se incrementarán este año. El Presidente ha dejado a su Ministra de Educación sola. Y no solo en esta materia. De educación y de salud casi no se ha dicho nada. Y lo anunciado es una promesa repetida. Si “el agua y desagüe serán el legado de este gobierno”, empecemos por ponernos de acuerdo con las cifras. El Presidente dice que a fin de año 710.000 peruanos contaran con el servicio. Hace unos días, el vicepresidente Martín Vizcarra, en una entrevista radial, dijo que eran un millón. ¿Total? Ese tipo de discrepancias resultan inadecuadas cuando se trata de generar credibilidad. Cabe agregar que nada de lo dicho en el discurso es falso. El Presidente no nos ha mentido y creo que su emotividad es real. Sin embargo, el desorden, las incongruencias y las omisiones no ayudan a lo que debió ser el fin último de su mensaje: generar confianza y entusiasmo, que nacen de la ilusión, del optimismo realista que con tanta urgencia necesitamos para animar a una sociedad decepcionada. El resto del mensaje fue muy desordenado, sin un hilo conductor. Deja buenos titulares. Cinco proyectos de ley de calibre muy diferente (una cosa es reformar la Constitución y otra, recoger la basura) coordinados todos en la cita con Keiko Fujimori.