Los escépticos creían firmemente en un elaborado plan de confusión, meticulosamente planeado por los hermanos Fujimori, para fingir una división que luego resultaría en una unión enriquecida con nuevos seguidores. Escribo “creían” porque después de lo visto esta semana, no creo que muchos sigan sosteniendo esa tesis. El pleito cainita es real y va escalando. Cada día que pasa, el fuego cruzado va dejando heridos. La sanción a Kenji, supuestamente “ejemplar”, tiene como ganador absoluto al mismo Kenji. Pero esa es una batalla y no la guerra. El hermanito menor, el chico lleno de limitaciones en su expresión oral y escrita ha florecido teniendo como entrenador a su padre con el apoyo de varios asesores. Ya lo he dicho antes, su objetivo es claro y transparente: sacar a su papá de la cárcel. En eso no le ha mentido a nadie. Por ello, nadie puede verlo con antipatía. Siendo hijo, él es el vocero perfecto para esta causa porque es natural que el amor filial se manifieste de esa manera. Lo contrario –la conducta de la hija Keiko– es lo extraño y, por tanto, lo reprobable. Pero Kenji y sus asesores cometen el error de creer que la tolerancia a una posición entendible es aceptación de esa posición. Se puede encontrar a un hijo más sincero que otro y apreciarle esa virtud, pero de ahí a creer que la mayoría de peruanos va a aceptar un indulto simple o una pantomima de enfermedad en beneficio de Alberto Fujimori, hay un trecho enorme. Keiko, por otro lado, quiere ser Presidenta del Perú y no quiere a su padre disputándole el liderazgo o haciéndole sombra. Sus voceros han sido en esto claros. Si sale, algún día, o juega con los nietos o se va a Japón. Ambas opciones no parecen estar dentro de los planes del padre. Si lo estuvieran, si Keiko tuviera la garantía de que Alberto le deja la cancha libre, su actitud cambiaría. Pero desde el pleito del 2011, mucha rabia ha corrido por esa familia disfuncional como para que la confianza se reestablezca. ¿Qué puede hacer Keiko para ser Presidenta del Perú? Reducir a cero la amenaza de un hermano que pueda ofrecer gobernabilidad al Presidente Kuczynski con un grupo de disidentes y, así, arrinconarla en el olvido. Para ella el escenario es más fácil que para él. Pero se demoró un año en entenderlo. Cometió el error de subestimar a su padre y a su hermano, mientras se construía a pulso la imagen de una dictadora dentro de su bancada y una prepotente frente al Gobierno. Kenji ha ganado todas las batallas del último año aprovechando los errores que ella cometió. Conseguir una carta de apoyo de 23 congresistas (topos de Keiko incluidos que se asociaron al pedido para contarlo todo al otro lado), no es poco mérito para alguien que pasa más tiempo en la DIROES que en el Congreso. Keiko Fujimori sigue siendo una dictadora dentro de su bancada pero ya no puede darse el lujo de ser prepotente con el Gobierno. Primero, porque sus señales no se entendían en el Ejecutivo. Ahí se barajaba el indulto como una opción de cogobierno cuando era exactamente lo contrario a lo que ella quería. Segundo, porque un cambio de actitud es una señal clarísima de su disposición a colaborar a cambio de un único punto: que Kuczynski no libere, salvo que se esté muriendo de verdad, a su padre. Es claro que hasta que ella no sea Presidenta y tenga el control absoluto del Estado, Gobierno y Partido no hay indulto. Solo en esas circunstancias Alberto no podrá jugarle sucio. Pese a todos los insultos, desplantes y tuits intercambiados, si se mide la pugna por los objetivos de los contendientes, Keiko tiene más posibilidades de ganar la guerra, pese a las muchas batallas que tiene Kenji en su haber. A pesar de la poca simpatía que sus áulicos despiertan para su causa –Keiko debería ordenarles una bajada de tono y no pelear con su padre por redes sociales– hay una élite intelectual, empresarial, académica, tecnocrática que le conviene que Keiko sea la ganadora de la pelea. Es decir, ella tiene una oferta mejor: un país gobernable sin indulto que divida al país en dos. ¿Se puede pedir más? Por ahora, con mucho pesimismo, eso es todo lo que podemos soñar para el próximo año de gobierno. Kenji no puede igualar o mejorar esa oferta. Hay que decir que Kenji es un regalo del cielo para un gobierno débil cuyo mayor mérito es cumplir un año en el poder. El pacto de facto PPK–Keiko, esta suerte de “cohabitación”, no traerá grandes reformas, ni revoluciones, ni una “Patria Nueva”. Ni siquiera se ofrecerán nombramientos o se coordinarán medidas extraordinarias. Nada de eso. Será la administración parsimoniosa del día a día a la que Kenji le pondrá la cuota de circo que resulta divertido para todos, pero que no pone el pan sobre la mesa. ¿Qué puede hacer Keiko para ser Presidenta del Perú? Reducir a cero la amenaza de unhermano que pueda ofrecer gobernabilidad al Presidente Kuczynski con un grupo dedisidentes y, así, arrinconarla en el olvido.