Ignorancia (falta de conocimiento) y mediocridad (de poco mérito, tirando a malo) van de la mano y, cuando coinciden en quien ejerce poder, la consecuencia ineludible es la corrupción, como ocurre hoy en el Perú.
No es que el culto y destacado sea incorruptible, para lo que hay evidencia sólida, pero el desconocimiento y la medianía usualmente derivan en creer que el uso del poder para robar es casi la única manera de ejercerlo.
Una ausencia central en la política peruana hoy es el recurso humano, como apuntó el politólogo Mauricio Zavaleta en El Comercio: “El principal problema del sistema político peruano no es su diseño institucional sino su incapacidad para atraer talento”.
Un reportaje de Brian Matías Coronado el domingo en Panorama demostró que casi todos los nuevos presidentes de comisiones del Congreso, como la mayoría de sus integrantes, ignoran asuntos elementales de la materia sobre la que deben legislar (un presidente de Trabajo que no sabe qué es Sunafil o RMV) o poseen creencias que colisionan con los principios básicos sobre el tema (la jefa de Mujer pregona que Dios hizo al hombre como el rey de la sociedad, o la cabeza de educación es un entusiasta del matrimonio infantil).
La ignorancia está de moda y es celebrada en la política. En Guatemala la candidata oficialista Sandra Torres, que felizmente perdió, pregonó que “la ignorancia es la riqueza de la cultura de nuestro pueblo”, y en el Perú acabamos de tener de presidente de la república a Pedro Castillo, de quien lo más benévolo que se puede decir es que era un perfecto papanatas, una condición que, sin embargo, abandonaba temporalmente, poniéndose mosca, para robar.
Y estas personas que obtienen algo de poder son elogiadas con simpatía y entusiasmo como si la idiotez fuese un diamante en bruto, por parte de intelectuales asociados a su línea ideológica —como si tuvieran alguna— y trepadores que los adulan para sacarle provecho con un puestazo de todo nivel: ministro, embajador, prefecto, etc.
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La responsabilidad, como señala Zavaleta, es de los partidos políticos, que dejaron de ser espacios de formación de representantes y nos ofrecen, cada vez con menos excepciones, a estos ignorantes, mediocres y corruptos, quienes son recibidos con simpatía.