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Opinión

En defensa de la Tierra

Se hace indispensable una mejor convivencia con la naturaleza.

larepublica.pe
Editorial

Sequías, inundaciones, olas de calor, el descenso del hielo marino son algunas de las evidencias de las consecuencias del cambio climático. Por ello, en el Día de la Tierra, cada 22 de abril, es importante reflexionar sobre esas condiciones extremas que afectan la vida de las personas en varios lugares del mundo.

La consigna es la toma de conciencia y la necesidad de acciones de los países para impulsar mecanismos que permitan enfrentar la crisis del planeta. Se trata de la adaptación a las nuevas condiciones con modelos de desarrollo sustentable que impidan la depredación, conserven la biodiversidad y promuevan mayores controles de la contaminación ambiental y la emisión de gases de efecto invernadero.

En el 2022, el incremento de la temperatura fue de 1,15 por encima del promedio preindustrial, y se espera que el 2023 y 2024, con la llegada de El Niño Global, estos promedios asciendan más. El derretimiento de glaciares y las pérdidas de los hielos marinos han provocado el aumento del nivel del mar, que afectará a las poblaciones costeras y que va a obligar a migraciones masivas de los más vulnerables.

Frente a estas condiciones adversas por las que atraviesa el planeta y que ya son innegables, se recomiendan acciones inmediatas para salvaguardar la casa común de los seres humanos. Se plantea el retorno a una convivencia más armónica entre la naturaleza y la humanidad, con cambios no solo desde los países, sino en el comportamiento de las personas. En términos individuales, se recomiendan acciones simples y directas: recicla, reduce, reutiliza y conserva energía.

En el Perú, el nivel de concientización alcanzado aún requiere más esfuerzos de difusión y sensibilización de la ciudadanía. La tarea demanda participaciones conjuntas desde el Estado y la propia sociedad, con enfoques más sustentables en cada una de las acciones que se emprendan.

La preservación de nuestra gran biodiversidad –somos el octavo país en el mundo con mayor número de especies– podría ser el incentivo que se requiere para de una vez por todas poner fin a la depredación de la Amazonía, los derrames de petróleo, la tala ilegal, el envenenamiento de los ríos y tantos otros delitos medioambientales que se cometen sin que exista una respuesta organizada del Estado.