Estimado vecino,
Quiero saludarle como un vecino más en esta ciudad hermosa aunque a veces, brutalmente indolente. Quiero enviarte un respetuoso buenos días, buenas tardes o buenas noches; cederte el paso en la vía, detener el ascensor, decirte: “¡gracias!”, frente a tu atención en el banco, en la tienda, en la chamba o por correr a atenderme a través de la luna del auto. Quiero contarte un poco más de mí, vecino, porque eso somos antes que nada; vecinos en esta convivencia que implica compartir la ciudad.
Tú y yo vivimos casi la misma suerte en nuestra relación con el caos y el orden. Respiramos el mismo aire, escuchamos el ruido ensordecedor del tráfico, respiramos las olas de contaminación y olemos la pestilencia de la basura no recogida, (...) compartimos las áreas verdes, caminamos por las mismas veredas y nos indignamos cuando un auto casi nos atropella. Somos vecinos, hermanos de ciudad.
Callados, hoy nos paramos en el quiosco de periódicos, frente a las portadas de los diarios para ver qué noticias nos traen. A veces, muchas veces, son poco esperanzadoras: más corrupción, crisis, cuarentena, restricciones.
Me preocupa igual que a ti, qué pasará con la economía, cómo vamos a pagar los gastos este mes, el alquiler, el mercado o cómo mis hijos van a alcanzar a educarse “interactuando” con el televisor. Me preocupa, igual que a ti, contagiarme, que mi familia se enferme, los grados de indefensión y sufrimiento a los que estamos expuestos.
Quizás la mayor diferencia entre tú y yo, frente a las portadas, es que yo tuve que aprender a callarme. Tú reniegas en voz alta y liberas algo de esa impotencia ante esta pandemia que nos complicó la vida. (...) Me miras buscando esa ‘complicidad vecinal’ y yo solo alcanzo a esbozar una mueca y asentir en silencio porque, vecino, quiero decirte, confesarte, que me da miedo hablarte. Me da miedo que, en estos segundos de relación frontal, adviertas que hay algo diferente en mí. No, no oculto nada escabroso; no, vecino, tampoco tengo nada que pueda perjudicarte. Es que, vecino, soy tu vecino, pero no sé si me vas a decir algo si hablo, y no soportaría que me juzgaras por aquello que no es mi culpa. Yo reniego también, pero en silencio.
¿Qué de qué hablo? Yo quiero para mi familia lo que seguro tú también para la tuya: salud, empleo, seguridad, unidad, (...) oportunidades. Yo me indigno frente al abuso de autoridad, la violencia de género, la corrupción, el populismo, la inseguridad, la violencia, el racismo, los prejuicios, el clasismo, el desempleo y me callo.
Estamos aquí, ahora, tú y yo, dos personas siendo usadas por algunos políticos para salirse con la suya, sin importarles nuestras historias, porque te juro que nos usan como se usa una servilleta, para limpiarse la cara exhibiendo nuestras miserias; nos usan como un gorro para protegerse de las luces de la verdad o como unas pantuflas para caminar cómodos sobre la injusticia. Pero, vecino, es que yo (...) te entiendo. No sé quién es espejo de quién, pero nuestras realidades se reflejan. Amo el ceviche, almuerzo con chicha morada, también escucho esa radio y bailo salsa.
Pero, vecino, quisiera confesarte finalmente por qué me callo. Por qué no terminamos de empezar esta amistad que pareciera tan fácil, con vidas tan similares. Yo (...) nací en Venezuela.
Quisiera hablarte y hasta conocerte, conversar y quizás decirte que te he notado en el mismo autobús a la misma hora. Tenemos rutas parecidas, trabajamos y vivimos cerca. Nuestras hijas están en el mismo colegio y compramos en la misma tienda. El otro día hasta nos paramos los dos para cederle el puesto a la misma abuelita en la combi, pero también, vecino, pude escucharte decir, ese día, por una noticia en la radio que “los venezolanos vinieron a dañarlo todo, que son una peste, todos delincuentes, pobres y sin educación”, y, vecino, en este instante no quiero dañar nuestra complicidad frente a las portadas de los diarios, ese momento donde me siento de corazón tu vecino —aunque tenga miedo de hablar— donde, si no importara mi nacionalidad, tendríamos todo en común.
Las noticias nos unen y nos separan. Sentimos la injusticia de la misma forma, pero no con la misma voz. Porque probablemente nunca te han dicho con el mismo escándalo que, de los y las venezolanas, menos del 0,1% (bastante menos) ha incurrido en delitos. Que la primera causal de denuncia, tristemente, es por violencia intrafamiliar, empeorada por el trauma migratorio, no por hurto, robo o daño a la propiedad.
Hay más de 99% de probabilidad de que conozcas a un venezolano que no sea un delincuente pese a haber dejado de ser quien era, de tener lo que tenía, de contar con quien contaba o de ser, con todo derecho, ciudadano. Y hoy, también, hay un alto porcentaje de probabilidad de que nuestros vecinos locales y de que tú me condenes sin haber cometido un delito.
Entonces, vecino, me callo, prefiero que veas en mí a tu vecino el silente.
Preferiría que realmente me miraras y me dieras una oportunidad de presentarme, de no tener miedo, de que me juzgues sin conocerme, de no ser ciudadano, pero de no dejar de ser persona.
Lo único que espero, que quiero, vecino, es una oportunidad.
Atentamente,
El 99,9% de los venezolanos y venezolanas en el extranjero.
Nota: en el caso de Colombia, según cifras de INPEC, existen 1.598 venezolanos, de más de 1,7 millones que residen, procesados o sentenciados por la comisión de un delito. Según cifras del INPE, para el caso de Perú, existen menos de 900 personas de nacionalidad venezolana, de más de un millón, procesadas o sentenciadas por la comisión de un delito. Es decir, del 100% de los venezolanos en Colombia y Perú, los involucrados en delitos representan menos del 0,09%. Según la data del Instituto penitenciario, para un total de 87.754 privados de libertad en el Perú, los extranjeros de diversas nacionalidades representan solo el 2,5% (2.267) y los venezolanos, el 1,02%. Sobre el total de la población del Perú (32.6256.000), los venezolanos sumarían alrededor del 3% de la población (más de un millón).