Bajo el inclemente sol del desierto, miles de migrantes venezolanos han encontrado un refugio en La Pista, asentamiento ubicado en el antiguo aeropuerto de Maicao, en el departamento de La Guajira, Colombia. Allí, entre 12.000 a 15.000 niños, adultos y ancianos viven en improvisados campamentos hechos de plásticos y costales, carentes de servicios básicos.
Entre sus residentes está Gelimar del Carmen Palmar, una joven que aún sueña con convertirse en psicóloga y profesora, a pesar de las adversidades que enfrenta a sus cortos 18 años. “No por estar acá me siento menos. Yo estoy orgullosa de mí misma, porque nunca pensé que fuera a vivir así y fuera capaz de soportar tanto”, admitió a BBC Mundo.
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Como muchos de sus vecinos, Gelimar dejó su natal Venezuela, producto de la crisis humanitaria que se originó por el régimen de Nicolás Maduro. Por ello, muchos partieron hacia la frontera con Colombia, encontrando en la abandonada base aérea un albergue.
Este espacio, considerado como uno de los mayores asentamientos informales de América Latina, no tiene luz ni agua ni la seguridad necesaria. “Si llamamos a la Policía, nos dicen que regresemos a nuestro país, que no están aquí para cuidar a los migrantes, que debemos cuidarnos allá en Venezuela, que debemos callarnos e irnos”, declaró una residente a InSight Crime.
Gelimar del Carmen Palmar espera convertirse en psicóloga o maestra para ayudar a más personas. Foto: BBC
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Yusmelina Ávila es líder de la comunidad en la manzana 4, donde se encarga de gestionar un centro de formación para menores llamado Aldeas. Aunque se dedicaba a ser enfermera en Venezuela, debe trabajar junto con su esposo en la producción y venta de peto, un dulce de maíz.
De acuerdo con Ávila, o la “profe Yusme”, como la llaman sus alumnos, la clave para proteger a los niños en La Pista es mantenerlos ocupados. “Acá se pierden rápido, así que hay que darles qué hacer”, señaló.
Yusmelina y Audina, la mamá de Gelimar, gestionan este centro de formación llamado Aldeas. Foto: BBC
Por ello, en un colorido espacio que se adaptó como una improvisada aula, decenas de niños reciben clases los fines de semana, en los cuales aprenden a hacer productos como toallas sanitarias, repelentes de insectos, entre otros.