Cargando...
Mundo

Oppenheimer, el físico que se arrepintió de crear la bomba atómica: "El destructor de mundos"

Robert Oppenheimer fue la mente detrás del arma más mortífera creada alguna vez. Esta es la historia del padre de la bomba atómica.

Robert Oppenheimer, padre de la bomba atómica, lamentó durante años los efectos de su mortal invento. Foto: composición LR/Time & Life Picture/BBC/La Casa de Anna Frank - Video: Roger March/YouTube

La mañana del 6 de agosto de 1945, el tiempo se detuvo en Hiroshima. Aquel día, más de 100.000 personas murieron y otros miles comenzaron a sufrir los terribles estragos de ‘Little Boy’, la primera bomba atómica con la que Estados Unidos atacó Japón, dejando la ciudad en cenizas. Detrás de aquella arma mortal, se encontraba una de las mentes más brillantes del mundo, quien, con el tiempo, se arrepintió de su más famosa creación: el físico teórico Robert Oppenheimer.

De acuerdo a algunos historiadores, el denominado Proyecto Manhattan surgió en 1939, cuando Albert Einstein le escribió una carta al entonces presidente Franklin D. Roosevelt. En ella, le advertía sobre los posibles planes de Alemania en investigaciones de reacciones en cadena y que podría estar en camino de desarrollar bombas atómicas.

Comparación del antes y después de ataque con bomba a nuclear a Hiroshima. Foto: AFP

Por ello, el gobierno de EE. UU. designó en 1942 como líder del proyecto a Oppenheimer, quien, junto con su esposa, Katherine 'Kitty' Harrison, y otros científicos, comenzaron los planes por idear su propia bomba nuclear. El escenario escogido fue el laboratorio de Los Alamos, en Nuevo México, que, gracias a su lejanía, les permitió trabajar bajo profundo hermetismo.

El destructor de mundos

Casi tres años después de iniciado el Proyecto Manhattan, el mundo sería testigo de la primera bomba nuclear la mañana del 16 de julio de 1945. Para ello, cerca de 260 espectadores tuvieron que mantenerse a una distancia no menor de 9 kilómetros, desde la que pudieron ver la detonación, que provocó un enorme hongo de tierra y fuego que se elevó hasta el cielo.

Robert Oppenheimer analizando junto con otros científicos y militares los restos de una torre arrasada por la primera prueba atómica. Foto: El País

Atónitos por lo que veían, comenzaron a escuchar Oppenheimer. Como si fuera un presagio, él empezó a recitar un fragmento del libro sagrado de los hindúes, el Bhagavad-Gita: “El Todopoderoso abrió las puertas del cielo y la luz de mil soles cantó a coro: Yo soy la Muerte, el destructor de mundos”.

Tras conseguir una exitosa arma, Estados Unidos no tardó en probarla contra sus enemigos. Solo algunas semanas después realizó un doble ataque a las ciudades de Hiroshima y Nagasaki, consiguiendo así que Japón presentara su total rendición en la Segunda Guerra Mundial.

Little boy, modelo de bomba atómica que fue arrojada sobre Hiroshima. Foto: AFP

Sin embargo, el entusiasmo que alguna vez Robert Oppenheimer mostró tras su invención cambió después de la guerra. Durante los años que siguieron describió las armas nucleares como instrumentos “de agresión, de sorpresa y de terror” y la industria armamentística como “obra del diablo”.

Asimismo, en octubre de 1945, durante una reunión con el mandatario estadounidense Harry Truman, le confesó este la culpa que sentía por los miles de muertos de la nación nipona. “Siento que tengo sangre en las manos”. El presidente comentó después: “Le dije que la sangre estaba en mis manos y que dejara que yo me preocupara por eso”.

Una carrera desprestigiada

En 1953, la carrera de Oppenheimer sufrió un revés cuando se encontraba bajo la dirección de la Comisión Nacional de Energía Atómica. Así como muchos, fue acusado de comunista. Por lo que pidieron dimitir de su cargo, devolver los pases de seguridad y se le negó todo acceso a los secretos militares y de Estado.

Indignado por los señalamientos que los calificaban como un desleal, el físico decidió que se lleve en su contra un juicio para demostrar que los dichos no eran ciertos. Este proceso no solo lo dejó fuera de la función pública, sino también con muchas de sus intimidades reveladas. 

No fue hasta el Gobierno de Lyndon B. Johnson que su trabajo en la ciencia volvió a ser reconocido, al recibir el premio Enrico Fermi, en 1963. Cuatro años después, en 1967, el padre de la bomba atómica perdió la vida debido a un cáncer de laringe.