La mañana del 17 de enero de 1966 pasaba tranquila para los habitantes de la localidad española de Palomares hasta que comenzaron a caer “escombros del cielo”. Según algunos pescadores, un deformado paquete blanco se había desplomado sobre el mar de Alborán, mientras que para los habitantes del municipio “dos bolas de fuego” descendieron hacia ellos y sacudieron la ciudad.
Fuera de toda percepción apocalíptica, el hecho, que se conoce como el incidente de Palomares, dejó siete muertes. Los fallecidos eran parte de la tripulación de dos aeronaves de la Fuerza Aérea de Estados Unidos que colisionaron en vuelo en plena Guerra Fría. El choque provocó que cuatro bombas termonucleares se desprendieran y caigan al vacío.
Afortunadamente, tres de los explosivos fueron encontrados por los alrededores de Palomares. No obstante, la bomba restante yacía perdida en lo más profundo del mar Mediterráneo. Gracias a la ayuda de un pescador llamado Francisco Simó, Estados Unidos, con el permiso del Gobierno español, pudo localizar la bomba perdida en el océano.
Sin embargo, a la fecha, no todas las historias de explosivos nucleares perdidos han tenido el mismo final. En la actualidad, se calcula que el país norteamericano ha extraviado al menos tres artefactos. Muchas de estas desapariciones ocurrieron durante la Guerra Fría: una cerca a la isla Tybee, en Georgia, una en el mar de Filipinas, y la última cerca a Groenlandia.
Asimismo, Estados Unidos no ha sido la única potencia que ha extraviado bombas nucleares. Se desconoce si países como Reino Unido o Francia han perdido estos explosivos. Hay casos en la Unión Soviética, aunque la mayoría de ellos acontecieron dentro de submarinos, por lo que su ubicación exacta permanece desconocida.
Es probable que las armas nucleares perdidas permanezcan inubicables al no contar con tecnología eficiente para su rastreo. Las bombas pueden explotar bajo el agua, pero el riesgo de que esto suceda en la actualidad es bajo.