Era un lunes de enero cuando el piloto Antonio Sena sufrió un accidente de avión en las entrañas de la Amazonía brasileña. Allí, en la inmensidad de la selva, quedó atrapado durante 36 días, en los que sobrevivió con un machete y la ayuda de los monos, a quienes observó en su búsqueda de comida.
Sena, de 36 años, había sido contratado para efectuar un servicio de taxi aéreo en una mina ilegal de oro situada en el corazón de la Amazonía, entre los estados de Pará y Amapá. A mitad de vuelo, el motor de su pequeña aeronave paró. Consiguió controlar la dirección del aparato por algunos minutos, pero igual acabó estrellándose en un recóndito riachuelo.
Salió del avión ileso y se apresuró a rescatar los víveres que cargaba consigo: tres botellas de agua, doce panes, cuatro latas de refrescos, una cuerda y un saco de tela. Poco después, la aeronave explotó.
“Pasé la primera noche e intenté asimilar todo lo que iba a suceder. Muchos años atrás había realizado un entrenamiento de supervivencia en la selva, en la época en la que trabajaba para otra empresa de taxi aéreo”, cuenta en una entrevista telemática con Efe el piloto brasileño.
Como dicta el manual, los primeros siete días se mantuvo en el lugar del accidente para esperar a los equipos de rescate. En el quinto día de espera, grabó un video de despedida para su familia.
“Esa noche decidí hablar con Dios. Le dije: ‘Si tu voluntad es que encuentre a mi familia, dame fuerza, porque yo lo he intentado solo y no lo he conseguido. Parece que funcionó”, recuerda.
A la mañana siguiente comenzó a trazar un plan para salir de las garras de la selva amazónica. “En el octavo día cogí todas mis cosas y comencé a caminar hacia el este. ‘Aquí no voy a morir’, me dije.
Fue entonces cuando se adentró en la frondosa selva con la ayuda de un machete improvisado que hizo con un trozo de madera, una navaja y un cuchillo.
“Los primeros días, principalmente por la noche, tenía mucho miedo. Es cuando la selva se manifiesta. Hay muchos ruidos desconocidos y como no los reconoces parecen despertar tus miedos más íntimos”, confiesa. “Con el tiempo empecé a reconocer algunos ruidos. Es impresionante cómo la selva te engaña. Me engañó mucho”.
Durante los 36 días que pasó perdido en la selva, el hambre, recuerda, fue “muy habitual”. Cuando los pocos alimentos que cargaba consigo se le acabaron, recurrió a la naturaleza.
“Empecé a observar pequeñas frutas blancas y no sabía lo que eran. Vi que caían de los árboles, porque los macacos los movían. Vi que ellos comían. Si los monos comen, es bueno”, narra.
La falta de alimentos lo debilitó fuertemente. En 36 días perdió 25 kilos.
Sena llevaba ya más de 30 días deambulando en la selva cuando de lejos escuchó el ruido de una motosierra. Sus fuerzas habían llegado al límite. Tenía calambres y pérdidas de visión, pero optó por hacer su último esfuerzo.
Se adentró en un pantano y atravesó un río. Empapado, continuó caminando por el bosque persiguiendo el lejano ruido. Fue entonces cuando encontró una lona blanca y, kilómetros después, un hombre.
Minutos después llegó otro hombre y juntos caminaron hasta la base de los recolectores de castaña. Una vez allí se avisó a los equipos de rescate y a su familia a través de la radio. Era el fin de su odisea.
Con información de EFE