En escena, cuatro socios se reúnen porque acaban de ser descubiertos por el Estado. Un mediador tendrá que ayudarlos a decidir —en horas— quién de ellos irá a la cárcel para salvar su millonaria empresa. 7 años es dirigida por Roberto Ángeles en el teatro de la Univ. del Pacífico. En el elenco, Jackie Vásquez es la única formada en el conocido taller del director. “Es una estupenda actriz. Logra que su personaje evolucione de ser una mujer simpática —hasta medio maternal— y tiene que resolver estas cosas de la vida. Termina aflorando un lado insospechado”.
—¿Qué lo motiva a adaptar 7 años?
—La denuncia que hace y todo lo que dice. Lamentablemente, es cierto, y cada vez es más grande el acercamiento de los profesionales del mundo corporativo al incumplimiento de la ley. Hemos visto cómo empresas tan importantes como Graña y Montero han cometido faltas serias; entonces, hay que hablar de ellos, de esos delitos, y también del aspecto humano.
—Los personajes son millonarios, pero tienen distintos orígenes y objetivos, ¿no?
—Sí, al principio son veinteañeros, se han sacado la mugre de verdad, han trabajado decentemente, no han sido corruptos, pero la tentación nos llega a todos, vengamos de la familia que vengamos. Eso he tratado de que diga la obra y eso es lo que da más miedo. Le pasa a gente calificada, amigos, pero delinquen.
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—¿Nos habla también de la clase política que tenemos y de cómo funciona el sistema?
—Claro, mira a Fujimori, al margen de los delitos que cometió, fue rector de la Universidad Agraria La Molina, era una eminencia, no era un delincuente, el poder lo ha corrompido. Kuczynski, al margen de su carrera, toca flauta traversa, habla perfecto el inglés, ¡qué te ibas a imaginar! Yo voté por él con seguridad y después me apenó mucho. Por otro lado, está la gente que paga sus impuestos y no ve que las cosas funcionen, sino que la plata que han aportado en años se lo llevan los políticos o congresistas corruptos. Entonces, sí, no es solo una reflexión sobre el corrupto, están en un contexto social.
—Roberto Moll interpreta al mediador, un idealista. ¿Este personaje es un padre en lo social?
—Sí y eso es clave porque el padre peruano es ausente, abandona a sus hijos y tiene un trato horrible hacia su pareja. Y, sobre todo, el padre social-político, eso ya no existe. Entonces, hay caos. Es una orfandad nacional.
—Jimena Lindo aparece para recordarnos lo que puede pasar en Sunat, en el Poder Judicial…
—(Ríe) Y nos quedamos helados porque es así: con un poco de plata, con un poco de vínculos, de relaciones, sales adelante en tus proyectos y la policía ni la justicia te captura. Y, al otro lado, tienes al que la pasa mal económicamente, ¡cómo no te va a dar cólera! Si lo han sometido durante tantos años, llega un momento que no puede más. Hay un sector que está harto, no solo lo han pasado mal ellos, sino sus padres, abuelos y esto carga históricamente. No se observa esa carga porque cuando alguien reacciona, las clases altas le dicen “resentido social, terrorista”.
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—7 años, digamos, tiene final abierto. ¿Qué haría usted?
—Agarraría mis cosas y me iría. No volvería a trabajar con ellos porque se reveló la verdadera relación. Por eso me gusta tanto el drama, me parece que es el arte que mejor refleja la condición humana.