Sociedad

Los pueblos que enfermaron de oro

Cambios. Después de la pandemia, la minería ilegal e informal se ha extendido en los distritos de Colquemarca y Santo Tomás, en la provincia de Chumbivilcas, Cusco. El boom del oro y el cobre está transformando las costumbres y formas de subsistencia en estas localidades: las familias abandonan la agricultura y ganadería para ser empresarios o mano de obra minera. A su vez, crecen la contaminación, los crímenes, el alcoholismo y la explotación sexual.

Minería informal. Foto: La República
La República

Por José Víctor Salcedo Ccama

Rubén F. estaba de pie, temblando de frío, con los ojos clavados en un pedazo de roca áspera, pequeña y aturquesada. La piedra le cabía en una mano. La acariciaba. Era como si la amara. De un momento a otro, me dijo sonriente: “Tómala, te la regalo”, y la puso en mis manos. La toqué; estaba fría.

“Gracias por el regalo, ojalá tenga una pepita de oro”, dije y la guardé en mi mochila.

Rubén F. sonrió otra vez. Un instante después dijo: “¡Vamos!” y caminó a un socavón en Choccoyo, en las alturas del distrito de Colquemarca, en Chumbivilcas. Encontramos al encargado y entramos unos trescientos metros a la mina. Se quejaba de que las autoridades los persiguieran pese a que iniciaron el proceso de formalización y pagaron impuestos. Decía que los peones recibían buenos sueldos y cavaban solamente de lunes a viernes. Pero era sábado y seguían trabajando.

Rubén F. se detuvo y señaló una roca auroral en el socavón. “Se ve bonita”, dijo.

“Es la gringa”, respondió el encargado y soltó una risotada.

La gringa es la veta en la que se concentran los minerales preciosos. Cuando la gringa es hallada, los peones más jóvenes remueven el terreno para cavar el socavón. Construyen túneles que convierten a la mina en un agujero laberíntico. El perforista atraviesa la roca con perforadoras; los peones sacan las piedras y la tierra en carretas.

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Desde la cima de una montaña, a más de cuatro mil metros de altura, se ven los distritos de Colquemarca y Santo Tomás. La tierra es seca; el paisaje, una pintura sucia. Los dos pueblos se encuentran a unas seis horas al sur del departamento del Cusco. Mientras viajo en auto por el Corredor Minero del Sur, a ambos lados de la carretera, crecen enormes manchas marrones. Parecen heridas en un cuerpo enfermo. Una enfermedad que también hay en otros sitios: la fiebre del oro. El Covid-19 trajo la fiebre del oro a Chumbivilcas. Jóvenes que trabajaban en las minas de la Rinconada, en Puno; Caravelí y Secocha, en Arequipa; y La Pampa, en Madre de Dios, fueron despedidos y volvieron a sus comunidades. Los llamaron “retornantes”. Los “retornantes” tenían dinero ahorrado y sabían cómo buscar oro. No perdieron tiempo y se pusieron manos a la obra. Y así dicen que empezó todo.

En los socavones se extraen oro y cobre, y se comercializan en bruto con acopiadores los fines de semana y fines de mes. El valor de un cargamento depende de la ley, de cuán concentrado esté el mineral en cada pedazo de roca. Si una tonelada rinde un gramo de oro o más, vale entre 100.000 y 120.000 soles; si alcanza medio gramo, 60.000. Rubén F. explica que una mina con ocho o diez trabajadores produce hasta treinta toneladas de mineral por mes, y si la mina es más grande y tiene más empleados reúne lo mismo en una semana. En las minas aluviales se lava oro en mercurio y se gana más. Uno invierte 50.000 soles para lavar un kilo y gana 200.000.

Esteban Escalante Solano y Caroline Weill investigaron el asunto en Chumbivilcas para Derechos Humanos sin Fronteras (DHSF); y Erbert Cárdenas Farfán y Carlos Alberto Castro Segura hicieron lo mismo para el Centro Bartolomé de Las Casas, Grupo Propuesta Ciudadana y Arariwa. Según sus estudios, en las comunidades de Pamputa, Cancahuani e Idiopa Ñaupa Japo, casi el 100 % de los comuneros busca oro, cobre y plomo. Después de la pandemia, llegaron los buscadores de oro y desplazaron a los mineros artesanales. Los picos, barreras y carretillas fueron reemplazadas por retroexcavadoras y cargadores frontales, camiones y camionetas, trapiches y moledoras, cintas para molinos y chancadoras, perforadoras artesanales y con compresora, barrenos de perforación y dinamita.

Simón, antes minero, ahora dueño de autos taxi, repite una frase común de los mineros qorilazos: “Es mejor quedarse con los minerales antes de que las empresas extranjeras se los lleven”. Además, el precio del oro aumentó de 150 a 300 soles por gramo y consolidó esa convicción. Simón ganaba más en una mina que al labrar la tierra o cuidar animales. Un sembrío de papa daba frutos en nueve meses y una arroba del producto no costaba más de quince soles. El ganado vacuno recién se podía vender a los tres o cuatro años: una hembra a 2.000 soles; un macho a 4.000. En las minas, en cambio, el obrero ganaba desde 2.000 soles al mes. Como socio, obtenía 20.000 soles o más en una campaña de dos meses.

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Los mineros bajan a darse la gran vida cuando cobran. En Santo Tomás, entran a los restaurantes y pagan por platos que cuestan treinta soles; asisten a bares y beben cerveza, whisky o ron. Hace cinco años, en las calles cerca de la plaza principal de Santo Tomás había casas de sillar de dos pisos y eran viviendas domésticas. Las de ahora son de concreto y de tres pisos para arriba. Ya no son casas familiares. Son tiendas de venta de materiales de construcción y de ropa y de celulares. O son hoteles, bares, discotecas y restaurantes. En siete cuadras encontré siete licorerías, seis discotecas, seis bares y ocho hoteles.

A cien kilómetros de Santo Tomás, Colquemarca ha crecido hacia los costados y hacia arriba a base de fierro, cemento y ladrillos. Los fines de semana y de mes llegan al pueblo decenas de mineros. Antes de comenzar la juerga, venden el oro que juntaron. El comercio se concentra en las calles San Antonio, Principal, Pancho Gómez, y en la carretera de salida a Cusco. En seis cuadras hay tantos locales que distribuyen cerveza, como locales donde compran oro. El gramo cotiza de 240 a 300 soles.

La minería también incentiva otros negocios, como los clubes nocturnos, que no existían antes del 2020. En el estudio de DHSF afirman que en los locales de Colquemarca usan el sistema de fichas. Las chicas acompañan a los hombres a beber. Por cada jarra de alcohol que consume el hombre, ella recibe un tique. El papelito tiene un valor que la mujer cobra al final de la noche. En el pueblo se habla con miedo de contagios con VIH y enfermedades de transmisión sexual. Los datos de la Red de Salud Chumbivilcas señalan que en 2020 no había ningún paciente con VIH. Al año siguiente, hubo dos; al otro, cuatro; este año, uno.

No solo eso. Hace cuatro años, en agosto del 2020, el alcalde de Chamaca, Antonio Huamán Arias, denunció que mineros ilegales contaminaban el río Velille. Un mes después, la Gerencia de Energía y Minas confirmó la denuncia, encontró tres minas ilegales en Chamaca y Colquemarca, confirmó el uso de mercurio y la contaminación de los riachuelos Qasccamayo y Sainata, tributarios del río Velille.

“No es fácil fiscalizar las minas ilegales —dice Merciano Basilio Peláez, gerente regional de Energía y Minas—. La minería ilegal es una actividad fuera de nuestro control, porque no la tenemos en nuestra base de datos”. La gerencia tiene registrados a 3.924 mineros suspendidos, vigentes y formalizados que habían empezado el trámite de inscripción en el Registro Integral de Formalización Minera (Reinfo). Apenas 24 han logrado formalizarse en toda la región; tres en Chumbivilcas, ninguno en Colquemarca y Santo Tomás.

El problema es, según Basilio Peláez, que basta que un minero con Reinfo tenga registro vigente, pague algunas tasas y presente un Instrumento de Gestión Ambiental (Igafom) correctivo y preventivo para que sea un minero en proceso de formalización. Dice el funcionario que, aunque el Igafom no esté aprobado, tiene la potestad de extraer, comercializar y transportar mineral. La ley de formalización data del 2002, pero recién 14 años después empezó el proceso con la creación del Reinfo. El plazo para inscribirse vencía en 120 días, pero los gobernantes y congresistas ampliaron la fecha hasta el 31 de diciembre de este año. Ahora mismo, en el Congreso, que tiene como presidente a Eduardo Salhuana, un abogado vinculado con mineros ilegales, hay cuatro proyectos de ley que buscan ampliar el plazo hasta 2027.

En los dos pueblos conviven con el miedo. Dentro de las minas hay miedo a un derrumbe, a caer en un pique, a una explosión. Florentino Condori despertó el uno de marzo de este año como cualquier mañana en la vida de un minero de una mina ilegal. Se levantó y caminó hacia la mina Chapiña, en Colquemarca. Florentino empezó a escarbar en busca de oro. Pero aquella mañana hubo una explosión y murió. También hay miedo a los robos y a que aparezcan bandas de extorsionadores y asaltantes, como ya ha ocurrido en Pataz, La Libertad. En julio, la policía de Arequipa detuvo a 13 matones de ‘Los Injertos de Ica’, con pistolas, municiones y droga. Viajaban a Chumbivilcas a cometer asaltos. En setiembre, robaron una compresora de 43.000 dólares y una camioneta, y asaltaron a un grupo musical. Hasta hace poco, no había policías en Colquemarca. Cuando ocurría un robo o un accidente, debían esperar una hora a que llegaran los policías de la comisaría de Santo Tomás. Recién el 26 de setiembre, se instaló un puesto policial de auxilio rápido con 13 policías.