Sobrevivientes y víctimas del terrorismo
Testimonios. Clyde Guillén testigo del ajusticiamiento de su abuelo, ha sobrevivido a varios atentados terroristas. Percy Chirinos nunca más pudo abrazar a su padre víctima de la insania de Sendero. El actual consejero Edy Medina Collado miró a la muerte de frente.
Elizabeth Huanca U.
“Nadie muere en su víspera sino en su día”, dijo resignado, pero en voz alta Abdón Gutiérrez, gobernador del distrito de Tantamayo (Huánuco), minutos antes de ser “colgado” en la plaza central de su jurisdicción por una columna terrorista.
Era 30 de mayo de 1993, ese día, junto a Abdón también fueron asesinadas siete personas, todas eran autoridades de diferentes zonas, incluidas el alcalde de Tantamayo. Fueron muertes espantosas.
Al día siguiente de la masacre, los cuerpos desfilaron en sus ataúdes por las calles de aquel lejano distrito. La escena ha quedado grabada en la memoria del capitán de Infantería en situación de retiro Clyde Guillén Gutiérrez. Solo tenía 16 años en ese momento. Don Abdón era su abuelo. El exoficial rompe en llanto al recordar la tragedia.
Varios años antes, sus padres decidieron trasladarse a Lima, huyendo del terrorismo. Clyde nació en Chosica, pero cada año, Tantamayo era el punto obligado de vacaciones. Junto a su abuelo, aprendió a rajar leña y trabajar la tierra. Era una familia humilde, pero feliz. Tras la muerte del primer patriarca, Clyde afirmó sus deseos de niño de convertirse en militar. “Sino vives para servir, no sirves para vivir”, dice el oficial en retiro de aspecto robusto y sonrisa contagiosa, mientras conversamos en su casa en el distrito arequipeño de Miraflores. Veintiocho años después de aquel episodio, Guillén canta música cristiana y vive junto a su esposa y dos hijos.
1. Vida militar
En 1995, ingresó a la Escuela de Oficiales de Chorrillos. Cuando solo tenía 23 años fue destacado al Valle de los Ríos Apurímac, Ene y Mantaro (Vraem), el principal centro de operaciones terroristas del país. Se desempeñó como jefe de la compañía de reemplazos del batallón Contraterrorista 324 en Satipo (Junín). Sirvió durante seis años interrumpidos en zona de emergencia. Fueron años de convivencia continua con la muerte. En medio del terror, hizo amigos, soldados nativos que como él buscaban ponerle fin a ese terror.
Guillén es un hombre con suerte y un militar a prueba de balas. De hecho su brazo izquierdo lleva la marca que le dejó una ráfaga que iba directo a su corazón. Fue durante el rescate de cuatro policías masacrados por fuerzas terroristas a la orilla del río Somabeni.
Todo ocurrió, la primera semana de setiembre del 2001. Guillén dirigía la base antisubversiva en la zona de Chichireni. Una patrulla policial se enfrentó con un grupo armado. Mataron a algunos subversivos, pero cuatro de seis policías fueron asesinados en el lugar. El episodio, además llevó a desentrañar una de los campamentos terroristas más “sofisticados” de la zona, tenían posta, colegio y auditorio camuflados en plena selva.
El entonces presidente Alejandro Toledo dio la orden de rescatar a las víctimas ante la presión de las familias. Fue la operación más riesgosa que encabezó Guillén. Tres grupos intervinieron. “Era como entrar a la boca del lobo. Entrábamos a su territorio. Salíamos vivos o muertos”, cuenta. Caminaron siete días y siete noches de forma sigilosa. El rescate no fue fácil. Los “pioneros”, niños puestos a prueba por los subversivos descuartizaron a los efectivos y escondieron los restos en diferentes partes de río.
Él estuvo a cargo de buscar las partes con la ayuda de un agente de la Policía. Caminaron dentro del afluente por casi tres horas, recogiendo lo que encontraban. Los miembros se colocaron como señuelos para atacarlos. No se equivocaron. Mientras caminaban por el afluente, Guillén escuchó una bala, segundos antes, dio un mal paso y cayó. La bala iba directo a su pecho, fue disparada por un francotirador terrorista. La caída, le salvó la vida. El resto del equipo se encargó de repeler el ataque, haciendo huir a los subversivos. Luego destruyeron el campamento. Se rescataron los cuatro cuerpos descuartizados. No encontraron el cráneo del último.
2. Dos emboscadas, un día
El 3 de octubre de 2010, día de elecciones municipales y regionales, Guillén salvó dos veces de morir a manos de terroristas. Su base, ubicada en la zona conocida como “Oreja de perro”, entre límite de Ayacucho y Apurímac fue destacada para resguardar el proceso en la comunidad campesina de Oronccoy, en el distrito de Chungui. La zona más golpeada por el terrorismo y la represión del Estado (1,381 personas muertas y desaparecidos según la Comisión de la Verdad y la Reconciliación). La zona de difícil acceso, tiene como paso obligado en puente Kutinachaca. Ahí, tras culminar el proceso electivo, una columna de terroristas, preparó una emboscada contra Guillén y sus 15 soldados. La comunidad se puso al frente, los custodió toda la noche y permitió que estos abandonaran el lugar en un helicóptero.
Al llegar a su base, le pidieron dirigir la comitiva que trasladaría el material electoral hasta la capital de Ayacucho. Un superior le impidió ir. El grupo, fue emboscado y siete agentes murieron ese día.
3. Una familia rota
El 29 de abril 1991, Máximo Chirinos fue acribillado por Sendero Luminoso en su hacienda ubicada en el sector de Chiuro en el distrito de Andaray, provincia arequipeña de Condesuyos. Los subversivos, incursionaron en el lugar tras un enfrentamiento con el Ejército.
Máximo, un hombre de 67 años, había dedicado toda su vida al campo. Tenía 12 hijos, el último de solo 10 años de edad y una esposa que lo esperaba en Arequipa, cuando los terroristas se ensañaron con él. Fue torturado antes de morir. Murió en el patio de hacienda. Los senderistas querían dinero. Él no tenía.
Su hijo, el comandante del Ejército (R), Percy Chirinos, nunca olvidó ese día. Su familia quedó rota. Se enteraron de la muerte de su padre, un 01 de mayo hace 30 años, pero el duelo sigue hasta hoy.
“No puedo imaginar lo que sintió antes de morir, la angustia que vivió. Estaba solo”, dice sin resignación Chirinos. Es viernes y conversamos en la sala de la casa que construyó su padre y en la que hasta marzo de este año vivió su madre Paula. La dama falleció a los 90 años víctima de la COVID-19.
La violenta muerte del padre, hizo que el comandante Chirinos reafirme su compromiso con la patria. Tenía 22 años cuando pasó la tragedia. Era oficial egresado de la escuela de Chorrillos y estuvo dos años antes en Ayacucho. En 1993 ingresó a la escuela de comandos del Ejército y se graduó con honores. En adelante luchó por varios años en zona de emergencia. “He visto, de cerca la muerte, a niños con machetes en el rostro, amigos y soldados morir desangrados. Solo los que hemos vivido de cerca el terrorismo sabemos lo que significó. Ojalá que esto nunca más vuelva”, dice firme.
Familia Chirinos. Conservan un recuerdo de don Máximo en un cuadro.
Don Máximo, es recordado por tres generaciones de los Chirinos Urday. Un gran cuadro de él montado sobre su caballo en su hacienda, decora la sala de su casa. Se ve serio y seguro. Así prefieren recordarlo.
4. Autoridad Amenazada
El terrorismo no solo tocó a familias humildes o parientes de militares, las autoridades ediles también vivieron al filo de la muerte en los años 90. El exalcalde de Castilla, Edy Medina Collado, guarda aterradores recuerdos de la época subversiva.
El ex alcalde provincial de La Unión, Mario Ramírez Cahuana fue asesinado en Chuquibamba durante una incursión terrorista en 1992. A su amigo cercano, el teniente Abad Mauro León, lo emboscaron a la entrada de Pampacolca a fines de 1990. Eran tiempos violentos donde banderas subversivas flameaban en cerros y las incursiones eran continuas.
Medina también sintió de cerca el terror. Durante el primer período de gobierno (1990-1992) vivió custodiado por la Policía ante un posible ataque. Durante un evento deportivo, unos foráneos lo amenazaron de forma directa. Exigían alimentos y apoyo. La autoridad se negó. La Policía instaló una base antisubversiva en Aplao.
No olvida. Eddy Medina vivió de cerca el terrorismo mientras fue alcalde de Condesuyos.
En junio de 1990, Medina se topó frente a frente con una columna de al menos 50 terroristas cuando viajaba a Orcopampa. Tenía 35 años e iba acompañado de su chofer de nombre Fernando. Durante el periplo, un camión les impidió el paso. Paró a mitad de la vía, en la zona conocida como La Apacheta y de ahí descendieron alrededor de 40 terroristas encapuchados y con armas. Rodearon la camioneta, lo miraron a través de sus pasamontañas y sin sospechar que era el alcalde se perdieron por una quebrada. Medina asegura haber sentido como los cabellos se le pusieron de punta por el miedo. Salvó de una muerte segura.
La autoridad edil, el comandante Chirinos y el capitán Guillén tienen en común haber vivido de cerca o en carne propia la insania del terrorismo. Esperan que el gobierno haga los esfuerzos necesarios para que esta parte de la historia no se repita nunca más.