¿Volverán los días fríos en Lima? Senamhi aclara
Sociedad

Ciudadanía, trabajo y COVID-19: vidas orientadas al mercado también en tiempos de pandemia

Por: Joan Lara Amat y León. Docente investigador de la Universidad Nacional Mayor de San Marcos (UNMSM)

Teletrabajo.
Teletrabajo.

Por: Joan Lara Amat y León. Docente investigador de la Universidad Nacional Mayor de San Marcos (UNMSM).

La actual pandemia está produciendo cambios palpables en nuestras vidas cotidianas. Aparecen discursos “apocalípticos e integrados” sobre el mundo que nos espera después de esta situación excepcional. Se oyen voces que pronostican que el mundo de “después” será totalmente diferente al pasado. Mientras, crece masivamente el desempleo formal e informal (el que existe y el que no existe en las estadísticas), sobre todo en los trabajos manuales, y con el desempleo, la degradación social asociada. En este contexto, se cantan las bondades del teletrabajo, concebido abstractamente como “el trabajo a distancia utilizando medios telemáticos”, acompañado de un discurso publicista sobre la mayor libertad del trabajador y la conciliación de la vida laboral y la personal. Cuando lo más importante es comprender que se realiza en un contexto de confinamiento por la pandemia del Covid-19 y bajo una lógica que lo estructura, la misma que ha venido estructurando el trabajo presencial en las últimas décadas tanto en el sector privado vigorizado como en el sector público precarizado: una lógica de mercado productivista.

En el trabajo telemático, bajo esta lógica, se combinan el control total con la disponibilidad permanente. Las tecnologías de la información permiten, por un lado, geolocalizar al trabajador, cuantificar los tiempos de uso de la aplicación y los minutos de descanso, el monitoreo a distancia… y, por otro lado, se espera del trabajador su disponibilidad total: que responda a cualquier hora, cualquier día de la semana. Donde el máximo de 8 horas diarias y 40 horas semanales parece un sueño radical del siglo XIX.

Al igual que la Revolución Industrial inglesa, la revolución digital ha tenido y tiene ganadores y perdedores. En esta digitalización del mundo laboral, las profesiones ligadas a la palabra han venido realizando su proceso de digitalización desde los años noventa. Pero siempre ha sido un proceso dual que oscila, por un lado, entre la mayor libertad de disposición del tiempo y las nuevas “galeras digitales”, y por otro, entre los “cuellos de camisa azules y blancos” (trabajo de producción y de administración). De esta forma, la digitalización unida al teletrabajo está siendo una puerta de entrada a la “disponibilidad total” del trabajador, lo que ha sido y es una de las demandas laborales del neoliberalismo (o si se prefiere, el término eufemístico de “libre mercado”).

Lo cierto es que nuestras vidas se hallan sometidas a una pedagogía de la disponibilidad a través del intrusismo cotidiano de las aplicaciones de mensajería y de redes sociales que nos interrumpen constantemente bajo una lógica de captación del consumidor. Hemos de sumar el contexto de las elevadas tasas de desempleo, el llamado “ejército de reserva”, puesto que asegura a las corporaciones una disponibilidad permanente de la mano de obra, que refuerza la flexibilidad del mercado de trabajo. Todo ello tiene fuertes repercusiones en las vidas personales, donde la planificación de una vida queda en los márgenes del mercado y supeditada a sus necesidades.

En los tiempos de la pandemia esa lógica se extiende, reforzada por el miedo a la pérdida de empleo, debido a las décadas de retrocesos sociales que han creado unas estructuras de precariedad, que unidas a la actual crisis, también económica, sirven de catalizador a la normalización de esa disponibilidad, de esa precarización de las vidas.

En algunos sectores se celebra el palpable resurgir de lo colectivo frente a lo individual, que tiene su visibilización tanto en las prioridades de elección de los poderes públicos como en las muestras de solidaridad “espontánea” (quizás no tanto) con las profesiones que están enfrentándose a lo más duro de la pandemia (médicos, policía…). Pero sin querer aguar la fiesta de la solidaridad, debemos detenernos en sus alcances y limitaciones. Puesto que, si bien es una realidad ese buen sentimiento y sus realizaciones prácticas, también lo es que han sido motivadas por una situación excepcional (de hecho, en el momento que escribo estas líneas todavía nos encontramos bajo un Estado de Emergencia o Alarma). Ello quiere decir que el Estado recupera, legítimamente, su forma primigenia de Estado Moderno hobbesiano, en el mejor de los sentidos, expresada en la necesidad de proteger (en su significado más genérico) a su población, que se concreta en la lucha contra un “enemigo”, en este caso invisible pero muy real, y en la protección de los ciudadanos contra ellos mismos, dadas las posibles situaciones de vulnerabilidad sanitaria o incluso en otros escenarios extremos de escasez o delincuencia y pillaje generalizado, atendiendo también a la prevención de las causas del caos social: la imposibilidad de cubrir las necesidades básicas de subsistencia a través del mercado y del mercado laboral.

Si bien la actual situación nos muestra que otro mundo es posible, también es bueno una dosis de realidad. Ese mundo es posible porque es una excepción, la normalidad volverá y con ella el mercado volverá a ocupar el lugar, que nunca ha dejado, en nuestras vidas laborales y personales, y el sentimiento de solidaridad que no se haya concretado en derechos sociales se desvanecerá en nuestras vidas disponibles. Por ello, el esfuerzo ha de estar en que la solidaridad no se quede en caridad sino que se transforme en unos derechos sociales tan necesarios.

...................................................................

Redacción La Periferia es el Centro. Escuela de Periodismo – Universidad Antonio Ruiz de Montoya.

Los artículos firmados por La República son redactados por nuestro equipo de periodistas. Estas publicaciones son revisadas por nuestros editores para asegurar que cada contenido cumpla con nuestra línea editorial y sea relevante para nuestras audiencias.