“El paciente de la reja”: historia de una muerte por COVID-19 en el Hospital María Auxiliadora
Justo Chileno pasó sus últimos 5 días en una camilla al aire libre, cerca de una reja, sin saber a qué área pertenecía. Su familia denuncia un abandono de parte del personal del centro de salud.
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El día de su cumpleaños número 30, Justo Chileno se sentía mal. Tenía fiebre, dolor muscular, tos. Más tarde, ese mismo 15 de abril, sería admitido en el Hospital María Auxiliadora. Ahí pasaría sus últimos cinco días de vida.
Aún así, ese día, frente a una mesa con un queque y una gaseosa de litro, Justo y su esposa, Ana Padilla, posaron abrazados frente a la cámara.
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Los síntomas aparecieron desde inicios de marzo. Le costaba respirar y, hacia los primeros días de cuarentena, le dio una fiebre que lo fue debilitando a medida que pasaban los días.
El 14 de abril, la situación de Justo era preocupante. Estaba afónico, respiraba con dificultad y se mostraba muy cansado. Ana trató de contactar a la línea de emergencia 113 para que le hicieran un descarte por COVID-19, pero nunca respondieron.
Al día siguiente, su madre Mary Luz Chileno Alegre lo llevó al Hospital EsSalud de Villa El Salvador, donde la mujer explicó los síntomas que había estado sintiendo su hijo. Los que la atendieron le dijeron que ese centro era exclusivamente para pacientes con COVID-19 y él no presentaba indicios de la enfermedad.
Luego, intentó que lo recibieran en el Hospital Juan Pablo II, pero allí le indicaron que no había posibilidad de hospitalizarlo. Así que se dirigió al Hospital María Auxiliadora. “Me arrepiento”, afirma la señora mientras relata la historia a La República.
A las 4:30 de la tarde, Justo fue derivado al área de triaje del lugar para luego ser trasladado al Centro de Excelencia ‘Niño Jesús’ (Cenex) donde le tomaron la única prueba de descarte, la serológica o rápida. Salió negativa.
Mary Luz afirma que solo en esta etapa de su estadía a su hijo “lo trataron como una persona”. Lo hospitalizaron, le pusieron oxígeno y suero. Para ese entonces, el diagnóstico general era, según se detalla en su diagnóstico de entrada, neumonía y sospecha de tuberculosis.
En la madrugada del 16 de abril, la enfermera identificada por Mary Luz como ‘Rosita’ recibió la historia médica de Justo. De 1 a 6 de la mañana, ella se ocupó del joven. Con Mary Luz siempre a lado de su hijo, la profesional le inyectó las medicinas indicadas en el documento y, cada dos horas, revisaba su temperatura.
Ana, su esposa, recuerda que esa noche hicieron videollamada y lo vio mejor, hablaba menos agitado y su piel se veía menos pálida. “A la enfermera le bromeaban que había revivido a mi hijo”, cuenta Mary Luz.
“No hay historia”
La historia médica de Justo se perdió el 16 de abril. Mary Luz recuerda que la última persona en ver ese documento fue una doctora del servicio de Medicina General encargada del turno que, después de revisarla, le informó que había ordenado la ubicación de Justo en el área de Medicina. La orden nunca se cumplió.
Antes de eso, a las 6 de la mañana, nuevo personal médico llegaba para el cambio de turno. Los vigilantes del lugar le indicaron que se tenía que retirar a una carpa azul que funcionaba como área de espera. “Ahí empieza el martirio”, asevera.
Cuando la dejaron entrar de nuevo, Justo estaba en un pasadizo al lado de una reja en el área de COVID-19. No saldría de ahí hasta el 19 de abril.

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De pronto, se enteró que la historia médica de su hijo se había perdido. Nadie sabía quién era, de qué condición sufría y qué medicamentos administrarle. Cuando preguntó a los técnicos que estaban en el área, le dijeron simplemente que “no hay historia”.
Desde entonces, Justo no pertenecería a ninguna área. Cuando su madre exigía atención, unos le decían “ese paciente no es COVID-19”, otros le decían “él no pertenece a Medicina, señora”.
Por eso, cuando la historia médica se desapareció con toda su información: sus antecedentes, su diagnóstico y el tratamiento, nadie se responsabilizó de la pérdida.
Mary Luz haría toda las actividades que haría una enfermera. Le cambiaba los pañales, le bajaba la fiebre con paños, le cambiaba de ropa y le daba de comer. Ella afirma que si no hubiese estado ahí, no se habrían hecho cargo de su hijo.
Los vigilantes del lugar la conocían, así como a la esposa de Justo, Ana, a quienes llamaban “el paciente de la reja” y la “esposa hindú”. A Mary Luz la dejaban estar en el pasadizo del área COVID-19 a pesar que era una zona restringida.

Foto tomada por Mary Luz durante la madrugada del 16 de abril. Personal técnico se puede observar al fondo del pasillo. Foto: Mary Luz Chileno.
La receta
El 17 de abril, la receta de los medicamentos para tratar a su hijo estaba tan mal redactada que la farmacéutica que atendió a Mary Luz no comprendió.
Ella cuenta que uno de los expertos en el tratamiento del COVID-19 le escribió una receta después de insistir para que se atendiera a Justo. Le dieron el papel y ella fue a la farmacia del Seguro Integral de Salud.
Pero la receta no había sido llenada adecuadamente. No habían indicado el diagnóstico, no se había detallado el número de medicamentos que necesitaba y las dosis de aplicación. En el papel, con lapicero negro, aparece la firma del doctor Wilbert García Peña.
La trabajadora del local le dijo a Mary Luz que sin esos datos no podría atenderla. Regresó a hablar con los técnicos que habían escrito el documento, y uno de ellos escribió lo que faltaba con lapicero azul.
De vuelta en el mostrador de la farmacia, le rechazaron el papel una vez más. “Dígale que lo vuelvan a hacer, ¡qué barbaridad! ¿qué están haciendo?”, recuerda que dijo la empleada.

La receta que le dieron a Mary Luz el 17 de abril. En negro, lo escrito por el doctor Wilbert García. En azul, lo añadido por el técnico del área COVID-19. Foto: Ana Padilla.

El reverso de la receta con el resto de datos añadidos en azul. Foto: Ana Padilla.
“No te voy a dejar”
El 18 de abril, Mary Luz presenció una imagen dolorosa que la convenció de que al personal médico del área del COVID-19 no le interesaba el bienestar de su hijo.
Los guardias le indicaron esa mañana que tenía que retirarse. “Estoy atrás de la reja”, le dijo al oído a Justo, “no te voy a dejar”. Efectivamente, durante los 5 días de hospitalización de su hijo, no abandonó las instalaciones más que una sola vez.
A las 10 de la mañana, caminó alrededor de la reja, donde podía verlo al otro lado, en su camilla. Lo que vio la dejó horrorizada. Sin sábanas que lo cubrieran, desnudo y con la mascarilla de oxígeno colgando de su cuello, Justo yacía bajo el sol.
Sin poder entrar, Mary Luz rogó a los enfermeros que estaban cerca que lo atendieran y todos le aseguraron que en un instante lo verían. Pero el tiempo pasaba y nadie hacía nada.
Así que, media hora después, se puso su kit de protección sanitaria y burló a la seguridad del área COVID-19 para llegar hasta Justo. Lo tapó y arregló su máscara de oxígeno. “Mi hijo ha sufrido bastante, lo trataban como a un animal”, relata indignada la mujer.
“Su hijo llegó grave”
A las 6 de la tarde del 18 de abril, Justo empezó a convulsionar. Mary Luz y Ana habían estado hablando con periodistas del canal 2 y del canal 7, y la madre del joven amenazó al personal con denunciar la situación al público.
Esa madrugada, Justo fue, recién, admitido en un cuarto con número y nombre en el pabellón 1 del servicio de Shock y Trauma. Ana llamó para que le dieran información; “el estado del paciente es reservado”, le respondieron.
Al día siguiente, 19 de abril a las 7:30 a. m., Mary Luz llegó donde estaba su hijo. No le permitieron entrar, pero sí pudo dejar un paquete con pañales y alcohol.
Preguntó cómo estaba, pero nadie le pudo dar información. No fue hasta las 9 p. m. que los vigilantes del sector le avisaron que una doctora que pasaba cerca era la que estaba de turno.
Mary Luz la identifica como la doctora Mónica. Ella le dijo que desde entonces se encargaría de tratar a Justo. “No le vamos a engañar, pero su hijo llegó mal, llegó grave”, le afirmó la médico.
“Mi hijo llegó caminando”, recuerda Mary Luz. Ella y Ana aseguran que Justo se pudo haber salvado si tan solo lo hubieran atendido mejor.
Para ese momento, Justo Chileno ya no podía hablar y se movía con dificultad. Desde el episodio de convulsión, el recién casado no lograba hacer más que apretarle las manos a su madre.
“Chileno Chileno ya falleció”
Falleció el 20 de abril a las 7:30 de la mañana. El diagnóstico en el certificado de defunción es “neumonía por coronavirus”. Lo firma el médico internista Francisco Manuel Montoya Cáceres, el mismo que le dio las noticias a Mary Luz.
No la llamaron, a pesar de haberle pedido su número de celular. Cuando a las 9 de la mañana fue a su nueva habitación , le preguntaron a qué paciente buscaba. “Señora, Chileno Chileno ya falleció”, le informó el doctor Montoya, “la estoy esperando para darle el certificado”.
Ella no entendía por qué afirmaban que su hijo había muerto por el virus SARS-CoV-2. “Paciente que entre con [problemas en las] vías respiratorias es COVID-19”, le explicaron más tarde en el Centro de Excelencia, a donde fue a preguntar por los restos.
A Justo lo tenían que cremar según el protocolo establecido por el Ministerio de Salud. Desde el 21 de abril hasta la publicación de esta nota, Mary Luz y Ana no han podido comunicarse con el Crematorio Santa Rosa, en Chorrillos, para recoger las cenizas de Justo.

Acta de defunción de Justo firmada por el médico internista Francisco Montoya Cáceres. Foto: Ana Padilla.

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“Vamos a investigar”
La directora general del Hospital María Auxiliadora, Susana Oshiro, se comunicó con La República para aclarar los hechos expuestos.
Ella corrobora que Justo Chileno Chileno fue admitido el 15 de abril a través del triaje diferenciado y que luego pasó a hospitalización. Según la doctora, esto significa que el paciente presenta alta sospecha de COVID-19, razón por la cual en su historia aparece como parte de esa área.
Acerca del tratamiento que se le había indicado al paciente, “cuando ya está la insuficiencia respiratoria, por más tratamiento que se le dé, el paciente ha reaccionado desfavorablemente”, explicó.
Respecto al diagnóstico registrado en el acta de defunción de Justo, Oshiro explica que en el caso de la enfermedad causada por el virus SARS-CoV-2, el peso recae en el diagnóstico clínico.
“El hecho de que la prueba rápida salga negativa, no indica que haya infección o no", expresó. Además, “el diagnóstico puede corroborarse con una prueba molecular o rápida”, por lo que no era necesaria la segunda prueba para comprobar que Justo se había contagiado.
“La evolución rápida que ha tenido en una semana, vino con 86% de saturación de oxígeno (debería ser de 90), todo ese cuadro rápido lleva al diagnóstico del COVID-19”, argumentó.
Sobre la atención que indignó a la familia de Justo, la titular del centro de salud alegó que "la sobredemanda de pacientes que hay, de repente, ha hecho que la atención no haya sido de calidad. Ahora último está terrible. A veces da pena, pero no alcanza para una atención personalizada. "
Sin embargo, “de todas maneras, vamos a investigar el caso y poner las sanciones respectivas”, aseveró. Aun no puede identificar a los doctores que tuvieron en sus manos el cuidado de Justo, aunque después de una revisión a las cámaras de seguridad, espera poder detectar los errores.























