Papá Noel sí existe
“La figura de este gordito con abrigo y capucha roja, al final del caluroso diciembre limeño fue reemplazada por nosotros, los padres. Era una reelaboración del realismo socialista”
¿Dónde estabas cuando te enteraste que Papá Noel no existía? Esa mañana de un 25 de diciembre de hace mil años, yo era la dicha personificada con mi coche para muñecas: era grande, podía pasear a varias de ellas juntas, y tenía hasta una gran visera para protegerlas del sol. Mi prima mayor, que nunca pudo soportar la felicidad ajena, me soltó de repente que Papá Noel no existía y que ese regalo lo habían comprado mis papás. No le creí, por supuesto. Y como prueba irrefutable le mostré que, en la parte de abajo del coche, estaba escrito: Para Marujita de Papá Noel.
Ahora causa risa, pero en ese momento todo fue llantos infantiles y recriminaciones de los mayores. La ilusión ya estaba rota, con el estruendo de mil copas de cristal. Aprender a vivir sin Papá Noel fue complicado para los niños y también para los padres. Ya no se podía argumentar que si no estaban todos los regalos que una pedía en su cartita, era porque Papá Noel era viejo y olvidadizo.
En los años 1970, en línea con el nacionalismo del gobierno militar, el Ministerio de Educación sugirió eliminar a Papá Noel para reemplazarlo por el Niño Manuelito. Este también traía regalos. Los comunistas de mi tiempo pre-chavista no estábamos interesados ni en el bonachón exportado por el imperialismo yanqui ni en dios, en cualquiera de sus edades y procedencia étnica. (En esa época nadie hablaba de interculturalidad ni del patrimonio cultural cuzqueño). Así que una generación de niños de colegios laicos y alternativos, los nuestros, creció en medio de los apagones de Sendero, sus bombas, la horrible leche Enci del primer gobierno de García, y sin Papá Noel.
La figura de este gordito con abrigo y capucha roja, al final del caluroso diciembre limeño fue reemplazada por nosotros, los padres. Era nuestra reelaboración del realismo socialista. Eliminamos el paquete completo porque existía una suerte de toma y daca que venía con el regalo de Papá Noel. En nuestra época, era él quien juzgaba si te lo merecías; debías haber tenido un comportamiento ejemplar: obediencia a los padres y buenas notas. La caviarada tampoco estuvo de acuerdo con eso. El regalo debía ser una gratuita demostración de amor, y no una retribución a un comportamiento que se calificaba como si fueran las notas del colegio.
Los 80 y parte de los 90 fueron tiempos de desasosiego, de crímenes y desapariciones. Recuerdo los ojos asustados de mi hijo a la luz de las velas –parafraseando a Daniel Alarcón– escuchando en una radio portátil las noticias sobre el último atentado, que nos arrebataba la quietud. A miles les había arrebatado la vida. Años de vivir con los vidrios de ventanas heridas. Años de Rodrigos Franco y del Grupo Colina. Del miedo y también de la corrupción y la Salita del SIN. Y de la ruptura de Izquierda Unida. Cuándo no, nosotros los chavistas caviares, nunca a la altura de las circunstancias. Como entre Fernando, Alan, Alberto y Abimael se lo llevaron todo, regresamos a Papá Noel. Eso es lo que tienen los nietos ahora. Disminuida ilusión, pero ilusión al fin y al cabo.