P. Deyvi Astudillo, SJ¿Por qué ser fiel a la Iglesia en tiempos de pecado y escepticismo? Es una pregunta que por lo menos alguna vez nos hemos planteado muchos de los católicos que nos asumimos conscientes tanto de los grandes yerros de la Iglesia como del creciente clima de escepticismo ante las religiones organizadas. Y no es para menos, ¿cómo podríamos no sentirnos cuestionados por hechos que, en suma, interpelan nuestra propia condición de fieles? Tengo la sensación de que, lamentablemente, el planteamiento de la pregunta pocas veces trae consigo una reflexión seria al respecto; muchas veces priman el prejuicio, la desinformación o la simplicidad. Sin embargo, creo que cuando nos sumergimos en todos los matices de nuestra relación con la Iglesia el resultado siempre es liberador, y desemboca con mucha frecuencia en un redescubrimiento de nuestra condición de católicos.En este sentido, para muchos de nosotros resulta iluminador caer en la cuenta de que nuestra pertenencia a la Iglesia es en muchos aspectos un acto que depende de nuestra voluntad –por ejemplo cuando decidimos ir a misa o contribuir con una obra social– pero que sobre todo es un regalo de Dios que, quien ha nacido en esta gran comunidad, no hace sino acoger, como acogemos el regalo de nuestras familias. Somos fieles a la Iglesia, pues, porque así lo queremos, pero fundamentalmente porque, por algo que solo el misterio del amor puede explicar, nos sentimos llamados por Dios a serlo. Ahora bien, así como nuestras familias no son perfectas, la Iglesia tampoco lo es. Por ello es que el regalo de ser parte de la Iglesia exige de nosotros la capacidad de acoger ese don, es decir, implica una responsabilidad, lo que nos devuelve a la importancia de hacer un buen uso de nuestra voluntad, tanto para cultivar nuestra espiritualidad como para cumplir, comenzando por casa, con el proyecto de paz y justicia de Jesús. Por supuesto, uno puede rechazar este regalo o recibirlo haciendo una caricatura de la fe cristiana, lo que equivale a otra forma de rechazo. Pero quien siente que su pertenencia a la Iglesia es solo una respuesta a un don, es decir, una vocación, una forma de estar en esta vida, ¿cómo podría no hacerse cargo de ella? ❧