Felicita Consulta Previa y critica política de seguridad del gobiernoAnálisis, Soldado y Estadista, por Gustavo Gorriti. Cortesía de la Revista Caretas. No faltan soldados-estadistas a lo largo de la Historia. Se hacen más escasos, sin embargo, en las sociedades democráticas, donde solo el voto lleva al poder y la ley regula su ejercicio. Pero los ha habido y los hay. Todos aprendieron a ser soldados primero, y luego supieron desaprender lo necesario para convertirse en estadistas. Estuve pensando sobre el tema mientras borroneaba una evaluación de los primeros cien días en el gobierno del presidente Ollanta Humala. Me imagino que a estas alturas todos ustedes estarán empachados de esas evaluaciones, y yo también. Entonces solo dirá que este primer trimestre de gobierno ha sido en general bueno. Para los asustados, este lapso ha sido tranquilizador; y para los esperanzados no ha sido decepcionante. Desde la ley de consulta previa hasta la mano dura con Telefónica, el mensaje ha sido casi siempre coherente: pragmatismo y cautela en la Economía, democracia en la forma y en el fondo, empatía (a riesgo del lugar común) con el pueblo y con los pueblos, mensaje claro de que el Estado no solo respeta las leyes sino también las hace cumplir, especialmente a los grupos que desde el fujimorato actuaron bajo la implcita premisa de que la ley era lo que se les exige a los demás. Cien días es muy poco tiempo como para formarse una idea de lo que vendrá, y las tendencias pueden cambiar. La gente y los gobiernos empiezan a conocerse mejor cuando se cansan las sonrisas; cuando se va el frescor y toca bañarse y lavar la ropa. Los gobiernos no solo se observan sino también se huelen. Vázquez Montalbán definió con un solo trazo memorable al franquismo: “… era feísimo (…) daba la impresión de que a todo el mundo le olían los calcetines”. ¿Qué olores describen mejor a los regímenes anteriores en este país? Respecto del montesinato y fujimorato se me ocurren algunos, pero esta es una Revista familiar. En cuanto al muy nuevo gobierno de Humala, me parece que todavía puede calzarse o descalzarse sin temor. ¿Y los escándalos y escandaletes de corrupción no le dan ya un cierto toque pecorino? Creo que no. Aunque se ha dejado atollar en el caso Chehade, la reacción del Gobierno ha sido, grosso modo , la adecuada, especialmente la del Presidente y la de su esposa, Nadine Heredia. En resumen, el nuevo gobierno tuvo un primer trimestre entre aceptable y bueno en casi todos los sectores. Excepto en dos: Defensa e Interior. Es decir, en los ministerios de seguridad. Es que hay dos estilos de gobierno diferentes: el que se aplica en el sector civil y el que rige para las Fuerzas Armadas y la PNP. En el manejo del primer sector se percibe a un estadista, todavía precario, pero con la dirección correcta y las condiciones apropiadas. En los sectores de seguridad, sin embargo, la sensación es la de un soldado (con su sombra) absorto en una microgerencia de horizonte estrecho. Entiendo que parezca paradójico o se sienta contraintuitivo, pero creo que el presidente Humala debería alejarse (y alejar a su asesor, el coronel EP (r) Adrián Villafuerte) de la conducción directa, detallista de las FFAA (sobre todo el Ejército) y la PNP. Especialmente de lo que, en la última parte de cada año, moviliza las mejores habilidades estratégicas, los planes y campañas más complejos, las estratagemas, emboscadas y operaciones psicológicas más elaboradas: La lucha de promociones y de armas y, al final, de grupos e individuos en las silenciosas pero cruentas sillas musicales del ascenso o el retiro; el provecho o el ahuesamiento. Estas son las etapas de los anónimos y las intrigas, de la búsqueda de protección y padrinazgo. Lo que debería ser un proceso meritocrático fluido y claro es cualquier cosa menos eso. Y si antes no era precisamente bueno, la época de Montesinos y Fujimori, perversa y corrosiva, dejó una marca infecciosa hasta hoy. Los años pasados no fueron buenos, salvo excepciones, en el manejo de la Fuerza Armada. Ha habido, de nuevo, con excepciones, altos niveles de corrupción y bajos niveles de rendimiento en el comando. Pero por lo menos los mandos militares no tenían que mostrarle u ofrecerle sujeción a ningún asesor en seguridad sin responsabilidad formal ni cargo definido. La memoria de Montesinos estaba demasiado cerca. De hecho, sigue estando demasiado cerca como para ignorarla. Por eso, no es en absoluto conveniente para el gobierno que el asesor Villafuerte ¿y también el presidente Humala? se dediquen al micromanejo de ascensos, retiros y colocaciones. El camino saludable en toda democracia que funciona bien, es el de la intermediación de ministros civiles entre las FFAA y la Policía con el presidente de la República. Nadie duda, ni por un minuto, de que el Presidente es el jefe supremo de las FFAA y la PNP. Y como tal, debe estar bien informado para que sus decisiones, en el nivel que le corresponde, no solo sean finales sino certeras e inteligentes. Pero para eso necesita perspectiva y ésta requiere una cierta distancia de la atmósfera cerrada de las instituciones verticales. El Presidente debe tener la perspectiva global del Estado, sin la influencia ni la visión de túnel de la promo, el arma y, en algunos casos, de los pasados rencores. Eso es particularmente importante ahora, cuando hay cuatro generales de la promoción de Villafuerte en los cargos más altos del Ejército (Ripalda, Moncada, Cabrera y Farach). Y cuando un número alto de miembros de la promoción del Presidente ascendió al grado de general. En el Interior, las cosas no han sido mejores. Una amputación mayor se ha presentado como ¿reingeniera? y detrás de ella parece haber todos los viejos vicios que se dan cuando el Ejército toma el control del Ministerio del Interior. Lo primero que hace es debilitar y subordinar a la Policía. El coronel Villafuerte podrá recordar, por ejemplo, la gestión del fujimorista general Saucedo en el Ministerio del Interior y darse cuenta de lo desastroso que al final resulta ese camino. Hay cosas que parecen astutas en el momento pero que a la larga terminan siendo contraproducentes y tóxicas. Por eso, hay ya muchas razones para preocuparse por la manera en que se maneja el sector de seguridad. ¿Que el Presidente es militar y que resulta lógico que se preocupe por lo que conoce? Sí, claro que es lógico. Pero, ¿sabe el Presidente lo que se dice de un abogado, por bueno que sea, que se defiende a sí mismo? Que tiene un tonto como cliente. Los soldados que se convirtieron en grandes estadistas tuvieron que subsumir al soldado en el estadista. El presidente Humala admira a De Gaulle y tiene ahí el ejemplo del gran General cuando decidió que la guerra de Argelia debía terminar y no dudó en enfrentar a sus mandos militares. Tuvo la distancia como para ver el interés de Francia mientras los generales quedaban distorsionados por la visión corporativa. El general George Marshall no llegó a ser Jefe de Estado, pero tuvo la capacidad de convertir su talento militar en la excepcional capacidad del estadista que guió la reconstrucción de las naciones devastadas por la guerra, incluyendo las que él contribuyó señaladamente a vencer. Un gran soldado terminó siendo un mejor estadista cuando supo pensar y actuar como tal. Humala nunca dejará de ser soldado. Y eso está muy bien. Pero ahora y por lo menos durante los siguientes cinco años, le toca ser estadista.