Cultura zombi
“Los ministros duran 5 meses, lo que les da tiempo para cambiar de asesores, mover algún viceministro, hacer algún cambalache en las direcciones y poco más.”
El Ministerio de Cultura es una institución zombi. Ocupa un edificio imponente en plena Javier Prado. Son sus vecinos el Museo de la Nación, el Gran Teatro, la Biblioteca Nacional. Forman todo un barrio culturoso. Podrían tener su propio alcalde, pero apenas han gozado de ministros efímeros. Tiene oficinas en todas las regiones. Y entre otras cosas están a su cargo el Lugar de la Memoria, el Archivo General y los medios de comunicación del Estado.
Como buen zombi, cuerpo tiene, lo que no tiene es sangre. Los ministros duran 5 meses, lo que les da tiempo para cambiar de asesores, mover algún viceministro, hacer algún cambalache en las direcciones y poco más. No deben llegar ni a conocer el puesto. Es una locura en términos de administración pública. Su debilidad es total. Más, contradictoriamente, tiene a su cargo un asunto central para la gestión de las inversiones y el uso del territorio: debe opinar sobre si algo se puede hacer o no en un espacio, de modo legítimo.
Para ello realiza consultas a los pueblos indígenas y da certificados sobre el patrimonio presente en una zona. O sea, debe decirles a vecinos, alcaldes, gobernadores, empresarios y hasta al presidente, si se puede o no mover una piedra, cambiar una fachada, hacer una prospección o un aeropuerto. Quizá es por estas altas tareas que es un muerto viviente. A nadie le conviene que funcione bien. ¿La cultura entorpece la inversión? Pamplinas. ¿Huacas, momias, la opinión de un pueblo detener el progreso? ¡Patrañas!