Memoria y tradición
“En Chile, las fuerzas de seguridad reprimen como si no hubiera una historia de la represión”.
Estamos atravesados de tradiciones violentas: traer el orden a tiros, poner en su lugar a los desubicados, abdicar ante la autoridad brusca, expulsar al diferente, corregir a los que se resisten a nuestro sistema de creencias, de privilegios. O ningunearlos. ¿No se dan cuenta que vamos bien, no leen las cifras, el ranking del BID, no tienen escaleras amarillas, programas sociales? ¿Cambiar lo que funciona? Ignorantes, extremistas.
La tradición de las élites de suplantar a los demás en sus intereses es feroz en todo el continente. Es más fuerte que la memoria que hemos desplegado luego de nuestras comisiones de verdad. La memoria del abuso sistemático, pensábamos, nos prepararía para no repetir. Pero esa memoria pide a la gente que tenga poder para ser responsable. ¿Cómo serlo, si construimos gente sola, no organizada, emprendedores aislados, no vínculos sociales?
En Chile, las fuerzas de seguridad reprimen como si no hubiera una historia de la represión. Los balines ciegan a decenas y con el caos, voces sin tiempo piden que los militares acaben con “la turba”. En Bolivia llaman a defender la familia, dios y a regresar a los indios a su sitio. Acá, los grupos de poder juegan a un certamen electoral donde el único consenso es no alterar nada. “No es posible el canto con una hostia en el paladar”, escribió la chilena Guadalupe Santa Cruz. No, no se puede hablar siempre con la voz prestada por el poder. Lo malo es que, al evitarlo, escupimos sangre. Y esa memoria nos asusta.