Nueva izquierda democrática
“El país necesita una representación crítica de este orden cruel y enajenante. Pero esta debe renunciar a formas de la vieja política”
Parte de la izquierda peruana se acaba de subdividir una vez más. Lo más triste es que no le importa a nadie. Un taxista me resume su desánimo frente a las elecciones. No hay nadie por quién votar. Todos son corruptos. ¿Usted sabe si es obligatorio joven?
Aprovecho y le pregunto si votaría por alguien de la izquierda. Me dice que sabe que Verónika Mendoza no tiene partido. Pero que no conoce a nadie más. Le menciono algunos nombres, le comento de sus diferencias recientes. De sus más cercanas divisiones. Nada. Ni idea. El taxista cambia de tema y especula sobre qué sería del país con “Chibolín” como presidente. Al menos tendríamos algo de qué reír, ¿se lo imagina dando un mensaje a la nación?
La incapacidad para percibir su real magnitud, su falta de relación con el país es lo que hace honda esta crisis de las izquierdas. Creen que sus batallas son épicas. Y no se dan cuenta de que el teatro está vacío. No hay público. O sí. Hay un gozoso espectador de su comedia. La prensa de derecha, que aprovecha para destacar incoherencias y de paso cumplir el sueño de todo conservador: prescribir qué requisitos debe cumplir un zurdo civilizado, cómo debe ser la izquierda moderna. Que sería algo así como una derecha con sentimientos de culpa.
El país necesita una representación crítica de este orden cruel y enajenante. Pero esta debe renunciar a formas de la vieja política. Debe ser democrática y ofrecernos una nueva gramática para expresar la enorme dimensión de la solidaridad.