“Los temas grandes siguen su curso. Como el río donde botaron en nombre de la patria a un tipo hace veinte años”.,Prioridades nacionales. Una mujer acaba su café y se va. Regresa a su negocio de emoliente y sánguches. Me deja una caja de regalo. Dentro un pollo y una nota. El pollo parpadea, deslumbrado. Hace meses me buscó para ayudarla a indagar sobre la suerte de su hermano. Consulto y solo tengo malas noticias. Se las cuento. “Era buen chico”. “Lo metieron a Sendero en esa universidad”. Mira hacia la ventana, dirige su rabia hacia Sendero, la política, el gobierno. No lo buscó antes por miedo y sentido común. ¿A quién le importaría un terrorista desaparecido? Pero se lo prometió a su madre, ya fallecida, que lo esperó años. Aunque también sabe: la espera de una mala madre vale poco. “Los puedo llevar hasta donde entregamos a los detenidos, luego no sé qué pasó ni dónde los botaron”. Un exteniente bebe su café y cuenta su vida. Ahora es taxista. “Nos usaron y nos desecharon, y cada quien ha visto cómo sobrevivir”. Su resentimiento enfocado en su institución, sus jefes, su pasado. ¿A quién importa lo que vive un milico anónimo? Quiere escribir sus memorias, dice que es una manera de sanar. Se va y me quedo en el café a cenar. Por televisión pasan la última pelea, Ejecutivo y Congreso, nuevos casos de corrupción. Los temas grandes siguen su curso. Como el río donde botaron en nombre de la patria a un tipo hace veinte años. Mientras, los temas insignificantes corren por el país a bordo de taxis y carretas con desayunos. ¿Será el bicentenario ajeno a su rumor?