Los vivos ya no tienen cabida en estos tiempos. Esa cultura del sabido, del mosca, del palomilla, del pendenciero, como sostenía el entrañable Gonzalo Portocarrero, debe acabar de una buena vez.,Como este es el reino de la informalidad no pasará nada. Aquí otra vez hay un círculo vicioso. Primero, siempre primero, están la ilegalidad, la viveza, la trampa, el burlarse de la ley. Después entonces puede asomar, de manera inmediata, la tragedia. En seguida vienen la indignación, los golpes al pecho, el echarse la culpa, el limpiarse de toda responsabilidad y el aprovechamiento político. Aparecen las noticias, los titulares, los informes especiales, las estadísticas. Luego, pasan las semanas y todo vuelve a la “normalidad”, es decir, a las fatalidades de siempre. Allí están la caída del bus en el cerro San Cristóbal, el incendio en Las Malvinas, el incendio en el almacén del Minsa donde murieron tres bomberos, y un etcétera fatal. Más allá de los funcionarios de las instituciones involucradas, que tienen responsabilidad y deben ser sancionados de todas maneras, están las personas –propietarios y choferes– que ya es tiempo de que dejen de lado sus miserias y estulticias. Ellos deben entender que si bien en este sistema todos buscan ganar, avanzar, sacar adelante a sus familias, deben hacerlo de modo correcto, sin exponer sus vidas ni la de los semejantes. Sin poner en riesgo el futuro de sus familias y de las familias de quienes trasladan. Para ello deben respetar las reglas, cuidar su vehículo, buscar la seguridad por sobre todo, no eludir las inspecciones ni llevársela fácil. Los vivos ya no tienen cabida en estos tiempos. Esa cultura del sabido, del mosca, del palomilla, del pendenciero, como sostenía el entrañable Gonzalo Portocarrero, debe acabar de una buena vez. No es un vivo el que se perjudica a sí mismo, a su familia y trunca la vida de otros, tal y como ha ocurrido tristemente en Fiori. Tanto dolor, tanta cólera, no se puede más ¡Debe morir la viveza!