Lo importante es evitar caer en la tentación de adoptar modos de “troll”, por más que la tentación de notoriedad aceche.,Acabo de salir de Twitter, comprobando que los líos pueblerinos –tipo el creado últimamente en el ecosistema político, alrededor de reuniones dichas y entredichas– despiertan la actividad de un género particular de habitante de las redes, experto en polarizar las charlas: los “trolls”. El noruego Kyrre Lien ha estudiado muy bien a estos boicoteadores digitales, que son básicamente gente que apela a mensajes extremos o intensamente emotivos con el afán de incordiar. Las frases altisonantes, el exagerado uso de palabras en letras mayúsculas –que, en el mundo digital, equivale a estar gritando– acompañadas de signos de exclamación a mil, las imágenes trucadas y al final los insultos. Estas son las formas de expresión más típicas de un “troll” –nombre atribuido a un ser mitológico en el mundo nórdico– que es necesario conocer para desmantelar y no apoyar el afán por crear “burbujas” de opinión que solo impulsan la difusión de contenidos cada vez más extremos hasta llegar al acoso. Los “trolls” son globales como Internet y, por ello, Twitter ha iniciado un plan para limpiar su plataforma de estas criaturas activando un sistema de identificación, que además evite el desarrollo de campañas de “boicot político” ya registradas en elecciones internacionalmente. Y más cerca, en Chile la policía ha creado un tesauro de “trolls” potencialmente peligrosos, en respuesta a las amenazas de muerte dirigidas a políticos desde las redes. ¿Medidas extremas? Podría ser. Sin embargo, la mejor manera de acabar con los “trolls” es tal como sucede en los cuentos infantiles noruegos: no hacerles caso y dejar que se inflen en su rabia hasta que exploten. O sea, bloquearlos. Lo importante es evitar caer en la tentación de adoptar modos de “troll”, por más que la tentación de notoriedad aceche. La sociopatía no es la norma en las redes sociales, créalo.